Decía Séneca que “hace falta toda una vida para aprender a vivir”, pero las palabras del filósofo griego suenan a consuelo barato cuando hablamos del deporte rey. Y es que cuando el Deportivo consumó su descenso aquel fatídico 22 de mayo, la sombra de Primera División era todavía demasiado alargada. Pasar a disputar la misma competición que los filiales del Barcelona o Villarreal supuso una flecha de humildad directa al corazón blanquiazul.
Messi, Cristiano Ronaldo, Falcao y compañía ya no iban a pisar el impoluto césped de Riazor la temporada siguiente. ¿Qué motivación tendrían los futbolistas ahora?. O peor aún, ¿qué ganas iba a tener un aficionado de ver jugar a su equipo en una categoría inferior? Doce meses después, todos conocemos la respuesta a dichas interrogantes, pero en aquel momento el club se jugó todo a la carta más alta. Y ganó. Vaya si ganó.
La carrera estuvo plagada de baches y con toda seguridad, el más grande se vivió en el Estadio de Santo Domingo. El 24 de septiembre, el Alcorcón le endosó un humillante 4-0 que, a posteriori, supondría la metáfora perfecta que resume la campaña coruñesa. “Esperemos que todo esto se quede en anécdota”, reconocía Valerón al finalizar aquel encuentro. Dicho y hecho.
A partir de ahí, tras un comienzo inquietante en los partidos fuera de casa, los pupilos de José Luis Oltra asumieron que la vida en la división de plata era muy diferente. Ya no era el Deportivo el que quería ganar a los demás, sino que eran los demás los que querían ganar al Deportivo. La afición lo comprendió y su apoyo incondicional iluminó la senda de retorno. No importaba que solo 5 de los últimos 20 descendidos hubiesen retornado a la primera. No importaba quién fuese el rival. Ya no se iba a Riazor a ver jugar a Messi, Cristiano y Falcao, ahora se iba a ver jugar al Dépor.
La victoria más importante del año estuvo en la grada. Los aficionados se movilizaron a Madrid, a Soria, a Tarragona y cómo no, a Vigo. La rivalidad con el territorio vecino fue el aliciente al que aferrarse en los momentos de máxima angustia. Lejos de venirse abajo, la hinchada reavivó su pasión por un club que le correspondió brindándole el ascenso en la fuente de Cuatro Caminos. Al final no fue necesaria toda una vida para aprender a vivir en la Liga Adelante, bastó con un año en el infierno para comprender que el Deportivo es, de todas a todas, un equipo de primera.
Óscar Bouzas