Han pasado diez años y recuerdo aquella Copa del Rey tan accidentada como frenética en su fin. Del conflicto con el Hospitalet a la batalla de las batallas del Bernabéu. No lo teníamos fácil y se nos puso el cartel de invitados de piedra. El Madrid había solicitado jugar en su estadio para conmemorar su centenario, lógicamente querían celebrar un día tan especial con una competición así y con las más altas autoridades del país. Entonces sí querían jugar en el Bernabéu, no como hoy.
Aquélla fue mi segunda Copa del Rey y las dos las conseguí en el mismo estadio y en ambos partidos el marcador terminó 1-2. La primera fue hace 40 años como jugador y contra el Valencia –como la primera del Dépor- y, si la memoria no me falla, también adelantándonos en el marcador. El Bernabéu me daba las buenas vibraciones que nunca tuve en el Manzanares, donde perdí todas las finales de Copa.
Aquél 6 de marzo recuerdo que el autobús arrancó del Hotel Abascal en el que nos alojamos, subimos la Castellana por la parte norte y allí nos encontramos a todos los aficionados del Dépor. Coincidencia o no, los del Madrid estaban en el otro lado y recibimos todo el apoyo de los nuestros. Llegamos al vestuario y estábamos mucho más enchufados y motivados. A mí aquello me ayudó mucho. La charla estuvo en la línea de otros partidos pero con más motivación. “Ellos han pedido el estadio y están confiados, pero no estamos aquí de invitados”.
Era un día laborable y había más de 15 mil personas que habían venido desde A Coruña. El equipo se vio muy respaldado y el vestuario estaba muy confiado. Aquel apoyo les ayudó a los jugadores y a mí a la hora de transmitir las ganas para llevarnos la Copa. Todos decíamos de puertas para fuera que podíamos ganarles, el Dépor competía de tú a tú con Barcelona y Real Madrid aquéllos años. Eso sí, era el Bernabéu y el factor campo era un hándicap muy grande.
Pero en cuanto el balón comienza a moverse mil circunstancias giran en todos los sentidos y muchas otras comienzan a olvidarse. El adelantarse en el marcador y ver que el Madrid no reaccionaba te hacía pensar. Creíamos que iban a salir a ganar el partido con un fútbol ofensivo y asfixiante, pero no. El Dépor manejó el balón y conseguimos dos goles que nos ayudaron mucho en la segunda parte.
En el descanso transmitimos tranquilidad y de hecho casi sentenciamos en la reanudación. Ahí Mauro y Fran eran jugadores muy importantes. Eran reservados pero sabían decir lo que se requería. Al final sufrimos. Nos hicieron un gol y el Madrid estuvo muy encima tratando de darle la vuelta al marcador. En esos momentos un hombre como Mauro se hacía todavía más grande. Nos pesaban las piernas, habíamos jugado muy fuerte y muy rápido. Pero era un grandísimo jugador, muy fuerte físicamente y que mantenía a todo el equipo en pie. Él sabía qué hacer. En esas circunstancias era, si cabe, mejor jugador.
Creo que manejamos aquel partido como a nosotros nos interesó. Tuvimos nuestras ocasiones, pudimos sentenciar, pudo terminar 1-3. ¡Aquél Madrid fue después campeón de Europa! Era el Real Madrid de Zidane, Figo, Hierro o Raúl.
Tras la celebración en el césped, alguien me dijo que Lendoiro había llamado al Asador Donostiarra. El Madrid tenía allí preparada y encargada su fiesta pero la habían cancelado así que nos dijeron que fuésemos porque se iba a perder la cena que habían declinado. Fue muy bonito, todos los jugadores estaban exultantes y yo lo disfruté también rodeado de mi familia. Al final las mesas del restaurante las ocupó el Deportivo, supongo que Lendoiro pagaría la cuenta, así que además de ganarle en el campo nos comimos su cena.
Aquél día el fútbol triunfó y llegó la segunda Copa para el Dépor, para mí y para Galicia.
Pedro Díaz