De amor y agradecimiento eterno. Así es y será siempre la relación entre Valerón y Riazor. Su sonrisa, su voz flojita y su pausa tanto en el campo como en la vida irán siempre en el corazón de todos los deportivistas.
Llegó tímido, callado y sonriente, siempre sonriente, en el verano de 2000. Le recibía una ciudad que acababa de ganar una Liga, y con la misma normalidad con la que controla la pelota, se la fue ganando hasta hacerla suya. Cuando aterrizó, la afición blanquiazul estaba entregada al brasileño ‘loco’ de la lambretta. Al principio, muchos torcían el gesto cuando Irureta sentaba a Djalma para meter a Juan Carlos, pero esto duró poco. Con controles, conducciones y asistencias inimaginables cerró todos los debates y abrió todos los corazones.
Pasaron los años, Donato, Naybet, Mauro o Fran se fueron yendo, y todo el cariño que antes se repartía entre varios, recayó en él. Desde entonces, Riazor solo sonreía cuando la tocaba el ‘Flaco’. En 2006 su rodilla decidió castigarlo sin que nadie se explique aún por qué, y frenó su fútbol pero no su figura. Durante más de dos años, el deportivismo tachaba días en el calendario esperando a que su mago volviese a pisar el césped con la varita.
Su vuelta no fue fácil. Lotina lo relegaba al banquillo para meter músculos corriendo por el campo y hasta la grada llegó a pensar que ya no estaba para más que 20 minutitos y cuatro partidos de Copa. Pero qué minutitos. La gente iba al estadio porque «hoy juega Valerón, aunque sea solo un rato».
Así hasta 2011
A falta de 8 jornadas, el Dépor perdía con el Mallorca al descanso y el descenso acechaba. Lotina metió a Valerón, que remontó el partido. Desde ahí hasta el final ya siempre fue titular. El de Arguineguín se hizo el dueño de aquel equipo en unas últimas jornadas de infarto que terminaron mal pero que reengancharon a una grada que se había dormido y vaciado ante el exceso de músculo propuesto por Lotina. El Dépor jugaría en Segunda pero la gente se ilusionó. Valerón iba a estar al frente, iba a jugar más, y con eso ya bastaba para ser feliz.
El año en Segunda con Oltra fue quizás un homenaje adelantado a su paso por una ciudad que le ama como a muy pocos. El estadio se llenó día sí y día también para verlo jugar a él, que con la misma precisión y la misma sonrisa pura de siempre llevó a su club, al que siempre será su club, de vuelta a la Primera División.
Quizás mereció acabar allí, y que todo lo de este año no existiese, pero ver a Riazor llorar más por él que por el descenso es tan duro como precioso.
Eternamente gracias, Juan Carlos.
Martín Castiñeira