Hablar con personas que han convivido con los mejores jugadores de las categorías inferiores de su país es una delicia. Es como si las horas pasaran volando cuando hablas con ellos, y se convirtieran en minutos. Yo lo viví hace poco con el técnico uruguayo Rudy Rodríguez. Inicialmente, la llamada era para preguntarle por el fabrilista Guillermo May, pupilo suyo en Nacional. Y, cuando me quise dar cuenta, estábamos hablando de Sebastián Taborda, de ‘El Loco’ Abreu o de Jonathan Urretaviscaya. Con todos tenía alguna anécdota curiosa. Con todos guardaba alguna vivencia que demuestra el papel decisivo que tuvo en sus carreras.
Durante la charla le enumeré a todos cuantos uruguayos habían jugado en el Dépor, y empezó por ‘El Loco’. Así lo quiso él. No era un futbolista más, era especial. Y a continuación argumentó el por qué. «Nos jugábamos la clasificación para el Mundial sub-20 de Japón, y opté por llevar a Sebastián. Él estaba jugando en su departamento en Minas y no sabía si dedicarse al fútbol o al basket. Yo lo convencí de que siguiera con el fútbol y lo llevé al Sudamericano que se jugó en Colombia (en 1992). Tuvo una participación esporádica, dado que entrenó muy poco con nosotros, pero al volver del Sudamericano se integró al Club Defensor de Uruguay, y ahí continuó. Después se fue Buenos Aires, a San Lorenzo».
Curiosamente, la manera tan peculiar de ser de Abreu se traduce también al fútbol, donde aún sigue coleando a sus 41 años. Un motivo de satisfacción para Rudy. «Hoy en día es el Récord Guinness en número de equipos que ha jugado, y eso es una alegria para mí. Un orgullo haberle dado participación cuando era jugador que no estaba jugando aquí en la liga profesional». Y apunta otra virtud del exdeportivista: «la forma de que toma cada día de entrenamiento es algo que contagia«.
El siguiente nombre en saltar a la palestra es el de Sebastián Taborda. «Lógicamente hace ya unos cuantos años, pero recuerdo que cuando llego a la divisional sub-17 que yo dirigía, él jugaba como volante. Y dada su estatura, y que su desplazamiento no era de la velocidad que yo pretendía, le pedí que jugara como centro delantero«. Un cambio que a la postre le llevaría a la élite. No sin dificultades. «El crecimiento tan acelerado que padecía le provocaba lesiones, y un día llegó llorando y diciendo que no quería jugar más al fútbol. El équipier me avisó y fui a charlar con él. Lo convencí de que la única forma de que pudiera llegar a Primera División era tolerar, aguantar esa dolencia y seguir luchando para llegar al primer equipo del Club Defensor. Y así lo hizo».
Decisivo en la trayectoria de Taborda, Rudy también dejó su huella en la de Jonathan Urretaviscaya, más conocido en A Coruña como Urreta. «Lo tuve en River Plate. Siendo sub-17 jugó en sub-19 conmigo, y luego pasó rápido a Primera División. Siempre demostró, además de habilidad y velocidad, mucha picardía para sacar provecho y sorprender rivales. Eso lo llevó a que el paso a Primera División fuera rápido, no pude disfrutarlo mucho en sub-19″, detalla. Y prosigue con una historia que explica la manera de ser del extremo. «Cuando hablé con el técnico de sub-17 para subirlo a sub-19, Jonathan se negaba. Quería quedar en la divisional que le correspondía, aunque fuera una divisional más pequeña, para jugar con sus compañeros. Tenía un sentimiento muy grande por el grupo«, asegura.
Casi al final de la llamada, menciona a Martín Lasarte y a Gustavo Munúa. Nunca los dirigió como entrenador, pero sí coincidió con ellos en «el pasaje que ambos tuvieron como preparadores del primer equipo de Nacional». Rudy, por aquel entonces, entrenaba en las categorías inferiores del bolso, e intercambiaban «opiniones por el ascenso de los juveniles que yo tenía en sub-19″. Con la humildad que le caracteriza, dice que la relación que mantenían «era muy buena, escuchándolos, tratando de incorporar lo que con gran capacidad, por su experiencia, en el caso de Martín con más años como entrenador, me permitiera a mí también. Y a la institucion que en ese momento compartíamos».
Entre anécdota y anécdota, Rudy esboza sonrisas. Y repite una frase: «El premio mayor de trabajar con los jóvenes es ver que en el transcurso de los años puedan destacar, no solo en el fútbol local, sino también en el internacional». Cada palabra que sale de su boca revela el respeto y el cariño con los que ha trabajado a lo largo de tantos años. Ahora, tras ganar la Copa Libertadores sub-20 con Nacional, ha iniciado una nueva etapa, alejado de los banquillos, pero en su imaginario y en su corazón quedarán grabados para siempre el orgullo que sintió, siente y sentirá por cada uno de los suyos. No hay mayor triunfo para él. Es la magia de un hombre que, en silencio, pulió diamantes del fútbol charrúa hasta convertirlos en joyas.