A Coruña. Año 2055. Un domingo más, Manuel se llevó a su hijo a Riazor. Uno de tantos. Sin embargo, en lugar de aquel mítico estadio donde se habían librado épicas batallas futbolísticas habían levantado cuatro torres de pisos de lujo con vistas a la playa de Riazor.
A Coruña. Año 2055.
Un domingo más, Manuel se llevó a su hijo a Riazor. Uno de tantos. Sin embargo, en lugar de aquel mítico estadio donde se habían librado épicas batallas futbolísticas, en las que los mejores clubes de Europa sucumbieron ante jugadores de talla mundial enfundados con la elástica blanquiazul, en lugar de aquel magnífico escenario, habían levantado cuatro torres de pisos de lujo con vistas a la playa de Riazor. Un lugar fantástico, ideal para vivir cerca de la playa. Pero dentro de Manuel, en lo más interno de su alma, esas casas no era tan preciosas.
-Papá –le preguntó el niño, que apretaba con fuerza la mano de Manuel-, ¿por qué me traes hasta aquí cada domingo, si no hay más que edificios?. Su padre respiró profundamente, se encogió de hombros y, armándose de valor para afrontar la difícil pregunta que tantas veces había escuchado y que no había querido contestar, confesó:
-Hijo, tú no lo puedes recordar ya, pero hubo un tiempo en el que aquí había un estadio de fútbol. Un estadio de un club que era algo más que unas cuantas copas de plata tras unas vitrinas de cristal. No era, ni mucho menos, el fruto de los caprichos de un solo hombre, ni tan siquiera un puñado de nombres comandados por un entrenador que decía saber de esto. Era un club que nos representaba a cada uno de nosotros, a la ciudad entera, y que hacía que ésta traspasara las fronteras del mundo. Allá a donde un coruñés viajase, fuera a donde fuera, decías qué equipo te representaba, y aquel oriundo esbozaba una sonrisa de respeto y satisfacción por aquellos emocionantes duelos de antaño. Representaba a un equipo con dos colores, el azul y el blanco, que muchos amamos. Ese sentimiento existía aquí, hijo, pero ya son muchos los que lo han olvidado.
-Y entonces, papá, ¿por qué ya no lo hay? ¿Qué pasó? –acto seguido, Manuel volvió la vista hacia su hijo, y nuevamente se encogió de hombros, y con una voz quebrada por la nostalgia y reprimiendo un mar de lágrimas, le contestó:
-Te he dicho que este club era más que un hombre y cuatro copas de plata, ¿verdad? Bien, por ese motivo te estoy contando esta historia, y por eso no puedes vivirla tú ahora.
-Vale –afirmó el niño, restándole importancia y con un deje de impaciencia en la voz-, ¿podemos irnos ya papá? Es que el Barça está a punto de empezar.
-Sí, hijo, ahora mismo voy –respondió Manuel, observando aquellas torres y derramando una lágrima sobre su mejilla-. Ay, mi Dépor…
Lucas López Moroño es un aficionado deportivista que se puso en contacto con Riazor.org para ver si podíamos publicar este artículo. Como ya sabéis, Riazor.org siempre tiene un espacio para vosotros así que si en algún momento quieres mandarnos un texto, no lo dudes. Valoraremos su publicación.