El interior luso, baluarte en la temporada del ascenso, está destinado a cotas mayores, a retos de su categoría. Una categoría en la que no está ahora.
Los días -que no el sol- de julio iban cayendo a plomo sobre A Coruña sin más ansia que dejar el lastre del descenso atrás, sin más expectativas que las de encarar el nuevo desafío a la mayor rapidez posible, obviando las preguntas para no obtener las respuestas, buscando la forma menos dolorosa, la más digna. Con confianza ciega. Y de un fogonazo, sorpresivo y certero, apareció el ‘nuevo Mesías’, la chispa adecuada para avivar el fuego. Todo eran loas y esperanza, los foros ardían y los videos corrían como la pólvora. Reputados analistas contemplaban incrédulos e indignados su llegada al Deportivo: “no puede ser”, repetían. “A Segunda División y a coste cero”, se lamentaban. Sello Mendes, as de Lendoiro, no hay lugar a los imposibles. “Me convencieron el proyecto, la grandeza del club y el objetivo inmediato de jugar en Primera División, que es donde se merece estar el Deportivo”, declaró a su llegada. Ambicioso y valiente, nueva cabeza visible de una tan difícil como ilusionante empresa. Bruno Alexandre Vilela Gama, belleza atlántica y andares de futbolista, de esos que se reconocen en cada pisada, en cada gesto. Ídolo, esperanza y ‘crack’ antes del pitido, antes de que los tambores de guerra comenzasen a sonar. Y antes de todo, la magia se rompió, provocando su llegada tardía al fragor de la batalla, lo que no hizo más que alimentar el mito y colmarle de expectativas.
Tres toques, dos carreras; un disparo a lo sumo. No hizo falta más para confirmar el talento, el factor diferencial, el empaque de los futbolistas que ganan partidos. Más efectivo que artificiero al paso de los minutos de tanteo, su presencia comenzó a tornarse cada vez más imprescindible en el esquema de Oltra, desplazando del mismo a la sensación Salomão y provocando así un “¿a quién quieres más, a papá o a mamá?” entre la hinchada deportivista.
Disipando debates con cada una de sus actuaciones y con una determinación todavía en línea ascendente -aunque los números no lo reflejen tan fielmente como deberían-, su influencia en el desarrollo futbolístico del actual Deportivo esquiva las dudas. De gran desborde, su salida tanto hacia fuera como hacia dentro provoca el desconcierto a su par, pues partiendo desde el interior se disfraza de extremo y media punta al mismo tiempo. Hiperactivo por momentos con la pelota en los pies, habilidoso y descarado, también ofrece la pausa cuando la situación lo requiere. Jugador de toque, de clase, pero sacrificado en el trabajo defensivo y tácticamente inteligente. Llegador con fundamentos, francotirador de golpeo suave, preciso y siempre intencionado. Aunque haga parecer que desaparece por momentos, jamás se esconde. Siempre está ahí, dispuesto a rozar la divisoria para recibir y ofrecer una salida, a convertirse en partícipe en la zona de creación si es necesario, a triangular en tres cuartos o a desbordar y buscar al punta, lanzar el contraataque desde la defensa de un córner o correr veloz al espacio provocado por sus compañeros para situarse en zonas de remate: polivalencia repleta de conceptos futbolísticos que marcan la diferencia. Pequeños detalles que distinguen a los alfiles de entre los peones. Por ello, su innato talento y rapidez mental, así como su concepción del juego, hacen que la asociación con Valerón, Juan Domínguez o Riki se torne inevitable, se desenvuelva de forma natural. Talento retroalimentable.
Lejos de experimentos y ‘pollos sin cabeza’, es un jugador hecho, necesitado tan solo de experiencia en la competición española, confianza para desarrollar plenamente su juego y tiempo para alcanzar la madurez futbolística necesaria que le permita explotar sus virtudes. Y no será menos que una quimera retenerle en tierras galaicas si su fútbol continúa la proyección que se le presupone. Porque aunque en ciertas ocasiones se precipite o falle en demasía y por ello pueda llegar a desesperar por momentos a Riazor, son más las veces que encandila al graderío y hace notar que es de los pocos alumnos aventajados de la clase. Bruno Gama, factor diferencial, uno de esos jugadores destinados a perdurar y no a cumplir su efímero papel en un club. Y la afición reconoce la calidad desde que entra por la puerta, ese ‘algo’ especial que contribuye a hacer crecer y no a deambular a un equipo. Como decía el malogrado Bill Shankly, “el fútbol, un equipo de fútbol, se parece en cierta media a un piano: hacen falta 8 tipos para moverlo y 3 que sepan tocar el condenado instrumento”.