El fútbol es un estado de ánimo. No lo digo yo, sino Jorge Valdano. Y a una persona que iría igualmente bien trajeada a un picnic de familia conviene hacerle caso. Por eso, una crisis en términos de deporte siempre es una cuestión en la que es preciso tener tacto. Por ejemplo, en el Real Madrid tienen lugar los 365 días del año y, más concretamente, las tardes de partido. Un leve gesto de incomodidad en el semblante de Cristiano Ronaldo pasa a ser inmediatamente cuestión de Estado. Si se debe a una sobrecarga o a haber dejado de ser el traspaso más costoso de todos los tiempos, ¿a quién le importa?. El caso es hacer sangre.
La disección de los males recientes del Deportivo es mucho más rápida. Dejando de lado el hecho de que llegar a Europa es ese Everest particular que nunca se le debe pedir a un alpinista novel, que falte el aire entre diciembre y enero suele entrar en el calendario de lo previsible. No hay algo más natural que una derrota, y no hay mejor estímulo que un bofetón en forma de gol allá por el minuto 90 para entender que las segundas vueltas de Liga son algo parecido a una guerra de guerrillas en la que cada partido encierra una trampa. Sin balas, siempre quedará la bayoneta. Y algo de ello debió intuir el bueno de Víctor cuando instó a confeccionar una plantilla semejante a una navaja suiza.
En ella, cobra especial relevancia la figura de Sidnei. Algunos creen en esa figurilla de San Cristóbal del salpicadero como su salvaguarda personal a la hora de montarse en el coche. En el trayecto de 90 minutos que supone cada encuentro, echar un vistazo a los gestos del central brasileño puede ser esa terapia necesaria para evitar pagar los nervios de uno con la cena o la butaca. O peor aún, con Twitter. Y es que hay botones que los carga el diablo. Por eso, cuando Sidnei galopa cual bisonte hacia la llanura rival y regresa agitando los brazos como quien dice «Tudo bem«, es importante asumir que sí, que todo va bien. Nadie tan impertérrito como él, que incluso en una bronca a Jonathas no pierde la calma. Un tipo elegante.
Hablar de aprietos en la casa del pobre siempre ha tenido un doble rasero. En parte, porque vivir a once puntos sobre las posiciones de descenso es una situación incómoda y lleva a más de uno a sentirse aristócrata por un tiempo. Hay cosas ciertamente bellas en el entorno del fútbol, y una de ellas es comprobar cómo se puede pasar de vestir un frac en el Camp Nou a llevar harapos ante el Mirandés. Fútbol es fútbol, que diría Vujadin Boskov. Pero lo realmente irónico es hablar de decepción o fracaso, algo que levantaría al mágico José Luis Alvite de su sepulcro para, con su voz ronca y al lado de un café, explicar que «eso, la verdad es que me importa poco«.