El Deportivo cayó ante el Lugo como ya antes podía haberlo hecho en Zaragoza. O haberse dejado puntos contra el Numancia pese a ponerse 2-0 en diez minutos. Los resultados enmascararon las deficiencias que, como muchos temíamos, saldrían a la luz tarde o temprano. El conjunto blanquiazul no juega a nada. Y lo que es peor, ahora mismo no da la sensación ni de intentar hacerlo como equipo. Ni siquiera como uno malo.
Fueron un espejismo esos primeros 45 minutos ante el Cádiz. Una primera parte en la que, de la mano de Expósito, los de Martí lograron ordenarse mínimamente con el balón y atacar con criterio. En Lugo se regresó al vértigo, con el catalán aislado en la base del juego y con el resto de sus compañeros de ataque una distancia mínima de 20 metros. Parecían kilómetros.
Eso fue el Dépor en el derbi, una sucesión de aclarados entre sus hombres ofensivos. Ahora Cartabia, ahora Nahuel. A veces Quique. Todos mal. Todos tratando de resolver el encuentro en una jugada sin contar con la ayuda de sus socios. Ninguno de ellos pasaba el balón con otra intención que no fuese quitárselo de encima. Sólo si la única alternativa era perderla. Cada vez que el esférico cambiaba de pie era para comenzar otra batalla individual. Un sálvese quien pueda constante.
Más allá de esos últimos coletazos de fortuna, estas semanas han dejado en evidencia la responsabilidad de los jugadores en el hundimiento de la segunda vuelta. Incapaces de asociarse o, como mínimo, dar tres pases seguidos, no hay entrenador que pueda poner solución a eso. Lo pagó Natxo y ahora lo está pagando Martí, que tampoco ha hecho demasiado por establecer un plan. Porque poner en el campo a los cuatro delanteros con más talento de una plantilla y fiarlo todo al libre albedrío puede parecer una buena idea a corto plazo, pero se queda corta cuando la inspiración lleva meses sin estar de su lado. Ni siquiera Carlos pudo sobreponerse al caos.
El ida y vuelta volvió a condenar al Dépor ante un equipo con tantas carencias como poco rubor para perder tiempo. La pelota yendo y viniendo a gran velocidad y la enésima pérdida de balón en el centro del campo terminó con un disparo franco desde la frontal. Lazo remató tan solo como lo había hecho el miércoles en el entrenamiento. No hubo más partido pese a los intentos de un tembloroso Lugo de ceder terreno y regalar saques de esquina. Sólo dos ocasiones. Una de Quique, que se topó con Juan Carlos, y otra de Carlos Fernández, que se topó con Sagués Oscoz y un fuera de juego aparentemente inexistente. Se topó el conjunto blanquiazul, en definitiva, con el azar. Porque cuando te acostumbras a que tus partidos sean monedas al aire no sale siempre puede salir La Romareda.