El nuevo proyecto del Deportivo se verá durante las próximas semanas en una encrucijada con sólo dos salidas posibles: terminar la temporada con dignidad, se consiga o no el ascenso, o prenderle fuego a todo y empezar de cero un verano más. Como el pasado. La segunda opción parece ahora mismo la más probable. Quemada ya la figura del entrenador, lo próximo en ser consumido por las llamas apunta a ser una plantilla que no hace tanto recibía innumerables elogios. “Con estos jugadores no se habría descendido”, llegó a afirmarse en más de una ocasión en los aledaños de Riazor.
Poco de eso queda ya, menos todavía después del lamentable espectáculo ofrecido ante el Extremadura, muy similar al puesto sobre la mesa contra el Rayo Majadahonda hace dos semanas. Algo que también alimenta la idea de que Natxo González podía tener parte de responsabilidad, seguro, pero no era el principal problema.
Porque Martí también debe haber detectado anomalías en el grupo. Sólo así se explica que en dos semanas haya cambiado prácticamente por completo su idea. De dos delanteros a uno. De Bergantiños y Mosquera a Didier y Expósito… la realidad es que, como ya le pasara a su predecesor, haga lo que haga sigue echando de menos el atrevimiento y la valentía de sus pupilos para dar un pase arriesgado, más allá de algún chispazo del centrocampista catalán. Sigue echando de menos generar juego con continuidad, en definitiva.
El Dépor es lento y tímido con la pelota y vaga sin alma cuando no la tiene. Hace tiempo que cada jugador dejó de pensar como equipo y se preocupa de hacer sólo su trabajo. Como Pablo Marí en el primer tanto. El que sale en la foto es Caballo, y con razón por dejar que Olabe le comiera la tostada. Pero ese centro nunca debería haber llegado ahí si el valenciano se hubiese preocupado más de atacarlo que de únicamente proteger su zona. Ni siquiera a la mala fortuna puede recurrir un conjunto que apenas la busca, pero ni por asomo se tropieza con ella. Fallos clamorosos arriba y atrás, incluso de un Dani Giménez que se había mostrado prácticamente infalible hasta el momento.
El fracaso que supondría seguir un año más en Segunda División debería estar tolerado, pero no de cualquier forma. Eso es lo que está en juego en las últimas siete jornadas. Mantener los cimientos y tener algo sobre lo que levantarse y volver a intentarlo, o no dejar nada más que un puñado de tierra quemada.