El Deportivo se impuso al Huesca y acaricia la permanencia después de su partido más camaleónico. Quizá no sea de extrañar viendo a jugadores como Álex Bergantiños o Borja Valle sacar con nota sus continuos exámenes en otra piel diferente a la habitual. O quizá sea que el carácter de los mismos sirva para contagiar a un grupo cuyo director, Fernando Vázquez, siempre haya insistido en la necesidad de dominar la máxima cantidad de registros posibles.
Rebelión
El Deportivo de la primera parte fue un Deportivo contestatario. Que se rebeló contra lo establecido. El Huesca llegaba como equipo superior a Riazor y a los 10 minutos ya se había puesto por delante sin grandes esfuerzos, pero con una jugada que dejaba patente el potencial aragonés. Nada de eso amilanó a un equipo que logró robarle la pelota a uno de los trasatlánticos de la categoría y moverla con criterio hasta desgastarlo.
Con ese triángulo formado por Valle, Gaku y Aketxe, la circulación fue de lo más fluida en meses y las costuras acabaron por vérsele a un centro del campo de Míchel que no está hecho para cazar. Mosquera, Mikel Rico y, sobre todo, un Cristo que todavía está muy verde para batallas de este nivel. Sin restarle ningún mérito a los golazos del Dépor, el joven tuvo una participación importante segundos antes de que ambas acciones se culminaran. Primero llegó tarde y quiso ir a robarle el balón a Aketxe en lugar de recuperar la posición. Mal. Después no siguió a Salva y facilitó su pared con Mollejo antes de la barbaridad de Christian Santos. Mal, muy mal.
Resistencia
Los blanquiazules terminaron la primera parte en campo rival y con varias advertencias de Aketxe que pudieron acabar en un tercer tanto. Pero tras el descanso tocó resguardarse del chaparrón. El Huesca adelantó líneas y el protagonismo recayó entonces en los tres centrales. Mujaid, Bergantiños y Montero estuvieron notables dentro del área y Dani Giménez llegó a donde no lo hizo su guardia.
Esta fase, la que más recordó al Dépor de enero tras la llegada de Fernando Vázquez, es la que más riesgos conlleva. Porque con el equipo defendiendo tan cerca de la portería cualquier infortunio puede provocar un tanto en contra. Pero el azar hace tiempo que se subió al carro deportivista para evitar, entre otras cosas, que centros envenenados como el de Cristo den en el larguero y se vayan fuera.
Suficiencia
El equipo se estaba quedando sin oxígeno porque no era capaz de amenazar al Huesca, que dejaba 50 metros a la espalda de sus últimos defensores sin el más mínimo temor. Ante tal acoso, Fernando Vázquez tenía dos opciones. Meter velocidad para castigar ese atrevimiento, o darle rienda suelta a sus peloteros para quitarle el balón y hacer que los que tuvieran que correr fueran ellos. Fue la segunda.
Vicente, en parte para proteger a Gaku, y Çolak al campo para darle socios a Aketxe. Apareció ahí la última versión del Dépor, y quizá a la que menos nos tiene acostumbrados este año. La que fue capaz de defenderse con la pelota, quizá el mayor síntoma de que la plantilla ha recuperado parte de la confianza perdida en la primera mitad de la temporada. Míchel sacó toda la artillería para el último cuarto de hora y su equipo no fue capaz de rematar. Ni a puerta ni fuera. Ni un solo disparo. Toda la acción ocurrió en el balcón del otro área, donde el Dépor aguantó la posesión con inteligencia e incluso estuvo a punto de sentenciar si Sabin no hubiera perdido la magia. No fue necesaria esta vez.