En las cercanías se encuentra El Corte Inglés. Y a solo unos metros, un establecimiento chino de variedades. Casi un siglo después, prácticamente todo ha cambiado en torno al Corralón de A Gaiteira, aquel terreno que alumbró el nacimiento del Deportivo que ahora conocemos. Allí –como ya relató nuestro compañero Iván Aguiar tiempo atrás– fue donde midieron sus fuerzas el Club Deportivo de la Sala Calvet y el Corunna Club, primer paso hacia la creación definitiva del equipo que salta cada dos fines de semana al césped de Riazor. Sin embargo, de la parcela de 18.000 metros cuadrados donde el balón rodó por primera vez apenas restan retazos entre los edificios colindantes. Pero quedan.
Preguntar a los oriundos de la zona por la ubicación exacta del Corralón no deja de ser un ejercicio de memoria complicado, más todavía si se atiende a los progresivos cambios sufridos por la ciudad durante el siglo XX. Entre ellos, la anexión del Ayuntamiento de Oza en 1912. Y aún así, la gran mayoría de fuentes consultadas por Riazor.org coincide en situarlo al final de la peatonal de A Gaiteira, al borde de lo que a día de hoy es el Centro Comercial de Cuatro Caminos. Haría falta mirar al retrovisor, hacia 1906, para comprobar cómo de distinta era la fisonomía del paisaje. El sonido de los trenes acompañaba a estos primeros brotes del fútbol en la localidad, pues las vías se hallaban al lado, y el río Monelos -actualmente soterrado- también se encontraba a apenas un paso.
En que el esférico botase sobre el descampado durante dos años y medio tuvo algo que ver un nombre ilustre de la urbe por aquellos tiempos. Eduardo del Río y Santos-Lartaud era comerciante, cónsul de Dinamarca en Galicia y dueño de diversas tierras en las proximidades de La Palloza. Él fue quien dio su visto bueno para que los deportistas de la Sala Calvet pudiesen entrenar y disputar los partidos en el Corralón. Sus huellas nos llevan hasta el Cementerio de San Amaro, donde todavía se puede encontrar su sepelio. Al lado, el de su mujer, María Luisa Durán Marquina, descendiente de una familia de la hidalguía local. En cierta manera, ellos también forman parte de la historia del Deportivo, del germen de aquella escuadra que impulsó Federico Fernández Amor Calvet.
No deja de ser paradójico que para contemplar los restos de donde se asentó aquel recinto haya que subirse a un muro de cemento o a una de las vallas metálicas que lo cercan. En el centro de ese cuadrilátero que conforman A Gaiteira y las calles Puente, Petín y San Diego crece la hierba en un pequeño terraplén, antaño poblado por varias casas que se derrumbaron por el paso del tiempo y la humedad. Y es precisamente ahí a donde los más veteranos del barrio transportan los recuerdos que conservan de sus allegados sobre el génesis del Deportivo. Todo es historia oral, pero sigue muy viva. Tanto, que hasta alguno recuerda la negativa de los últimos propietarios del solar a edificar allí hace unas décadas. Sí se hizo al otro lado de la acera, y las tablas de madera que protegían la obra alternaban el blanco y el azul. Quién sabe si en un guiño al pasado.