Vuelve ‘Un pedacito de historia’ para recordar la figura de Arsenio Iglesias, que siempre prefirió alejarse lo más posible de la gloria.
He de confesar que me cuesta escribir estas líneas sobre don Arsenio Iglesias Pardo (Arteixo, 24/12/1930). Lo cierto es que siempre he sentido una profunda admiración hacia la figura del extécnico del Deportivo, que siempre ha estado por encima de cualquier otro entrenador, jugador o presidente. Arsenio no era uno más. Era único, aunque él siempre se empeñase en quitarse esos aires de grandeza. En un mundo lleno de ganadores natos conviene recordar la humildad con la que trabajaba el ‘Bruxo de Arteixo’, que incluso se atrevía a ensalzar el valor de una derrota.
Arsenio dedicó 20 años de su vida al club de su tierra, tanto como jugador durante la década de los 50 como preparador técnico. Si hay algo que lo caracterizó fue su peculiar visión sobre visión el éxito. «Yo no sé muy bien qué es eso. ¿Es ganar muchas veces o conseguir un campeonato importante?», reflexiona en el libro ‘Arsenio: el fútbol de El Brujo’. Siempre actuó como un hombre modesto que se sentía muy incómodo siendo el centro de atención de los medios de comunicación.
Parecía que el de Arteixo escapaba cada vez que triunfaba en el equipo en el que estaba. Devolvió al Deportivo a Primera División en 1991 tras casi dos décadas en el infierno y se marchó tras realizar el sueño de su vida. La directiva presidida por Augusto César Lendoiro prefirió apostar por Marco Antonio Boronat -ya había dirigido al equipo en la 1989-90-. La terrible marcha del conjunto coruñés propició el regreso de Arsenio en abril de 1992 para salvar a los suyos en una heroica promoción ante el Betis. Con el objetivo ya logrado, el veterano entrenador permaneció en el cargo hasta junio de 1995, cuando conquistó la Copa del Rey. De nuevo, abandonó el club, sin embargo esta vez lo hizo para siempre.
También había hecho lo mismo en su anterior etapa lejos de A Coruña. Cogió las riendas del Hércules en Segunda en la temporada 1973-1974 y consiguió el ascenso enseguida. El entrenador gallego se fue de Alicante dejando al equipo en la mejor etapa de su historia. En la 1977-78 quedó campeón con el Zaragoza en la categoría de plata, aunque de nuevo hizo las maletas. Y ocurrió más de lo mismo con el Burgos, en el que estuvo únicamente una campaña en la que permaneció tranquilo en Primera.
El valor de la derrota
Hay varios momentos concretos que han forjado el carácter de cualquier deportivista. El más difícil de superar fue el penalti que falló Miroslav Djukic ante el Valencia aquel fatídico 14 de mayo de 1994. El varapalo no pudo ser peor, pues el sueño se había convertido en pesadilla en muy pocos segundos. Pero Arsenio Iglesias se plantó sereno para dar una emotiva rueda de prensa que pasó a la historia. “Nos faltó marcar un gol. El que llevó el peso del partido fue el Dépor, pero no con buen sentido. No pudo ser; qué le vamos a hacer”, explicó tras el partido.
Para ganar hay que saber perder. Un año después el destino quiso juntar de nuevo a los gallegos con los valencianos en la final de la Copa del Rey. Esta vez la victoria fue para el Deportivo, pero el encuentro se disputó en dos días distintos por culpa de una tromba de agua que obligó a suspender el choque. Unos días antes de celebrarse la final, el de Arteixo comentaba en una entrevista en El País que no ganar “también es bonito, hombre”. Además, aseguraba que “la derrota es más humana” y que estaba cansado de los “ganadores natos”.
Un incomprendido
Ese carácter tan suyo no era entendido por parte de los distintos estamentos del club, que le acusan de ser un entrenador demasiado conservador. “Hay un hombre en Riazor que todos tratan como un cabrón. ¡Nadie se quiere acordar que él fue quien nos ascendió, nos salvó en la promoción, y a la UEFA nos llevó!”, rezaba una canción que compuso la peña Riazor Blues sobre Arsenio.
“Un aspirante al título no debe jugar con cinco defensas”, declaró Francisco González Pérez ‘Fran’ a El Mundo justo antes de un partido que enfrentó al Dépor con el Real Madrid. Sin embargo, ‘O raposo’ se atrevió a alinear cinco hombres atrás. No se pasó del 0-0 en un Riazor en el que también se oyeron silbidos contra el de Arteixo. Aquello fue lo que rompió definitivamente la armonía del vestuario. Tardó unos días en hacerlo público, pero Arsenio anunciaba que abandonaría el equipo a final de temporada, ya que «a todo el mundo le llega la hora».
En esta ocasión tenía totalmente decidido que quería finalizar su etapa en el Super Dépor. Antes de su salida tenía que acudir a las celebraciones por el título ganado en Madrid, pero ocurrió algo inesperado que amargó la fiesta en Riazor. Lendoiro prometió ante los aficionados que Arsenio podría quedarse en el club con el cargo que quisiese. La respuesta fue clara y sencilla: renunció a dirigirse al público y se marchó del estadio saludando a la gente que allí estaba. Fue un final imprevisible con el que se acabó la unión del Deportivo y Arsenio Iglesias.