Sigue la nueva sección de Riazor.org. En ella destacaremos un futbolista de la plantilla a la que se enfrente el Dépor esa jornada. Es el turno del croata.
Tor-Kristian Karlsen, ojeador reputado y una de las voces más autorizadas del fútbol inglés, dijo en abril de 2011, en pleno apogeo del Barça de Guardiola, caminando hacia su cuarta Liga de Campeones, que solo había un jugador en el mundo que podía aportarle un plus al centro del campo del Barcelona. Apuntó directamente a Luka Modric (Zadar, Croacia, 1985). Era una tendencia entre los analistas británicos. El croata fue la brújula que guió al Tottenham hacia el histórico cuarto puesto de esa temporada. Otros metían los goles. Él creaba el juego de los suyos. Modric decidía qué partido se tenía que jugar en cada momento. Porque domina todos los registros. Aceleraba o pausaba. Al primer toque o en conducción. Con la izquierda o con la derecha. Elaborando o destruyendo.
Entonces, aquel verano de 2011, Abramovich se encaprichó de él. En el ocaso de la leyenda blue Frank Lampard, quiso regalárselo a Villas-Boas como bandera sobre la que construir un ambicioso proyecto. Se pasó varios meses negociando con los Spurs. Fue subiendo la oferta hasta que en el último momento decidió tirar la casa por la ventana: 45 millones de euros. El Tottenham dijo ‘no’. Que Modric valía más. Así que, a desgana, el croata se quedó para seguir jugando en White Hart Lane. Él no quería, pero David Leavy no quería dejarlo marchar. A Modric le costó entender la decisión del club, pero volvió a ofrecer su mejor versión y su máxima implicación con los Spurs a cambio de una promesa: a finales de la próxima temporada le dejarían irse hacia un club con mayores aspiraciones.
El siempre polémico Joey Barton, muy poco amigo de los piropos gratuitos, tuiteó al comienzo de esa temporada, justo cuando Modric retomaba la manija de los suyos: «What a footballer Luka Modric is, hats off. Best in the league by a mile». Se estaba quitando el sombrero y decía que era, con diferencia, el mejor jugador de la Premier League. No decía el mejor en su posición, ni el mejor de su equipo. Decía el mejor del fútbol inglés. Ni Rooney, ni Van Persie, ni Agüero, ni Silva, ni Mata. Joey Barton escogería a Luka Modric. Porque, dice, tiene la manija y el cronómetro del mejor de los organizadores. Y posee el radar y la precisión del mediapunta más letal. Su conducción y cambio de ritmo le han permitido destacar hasta en la banda.
Lentos, como siempre, pasaron el otoño, el invierno y la primavera. Y volvió a llegar el verano. Ahí el Tottenham cumplió su promesa. Y Villas Boas, nuevo técnico de los Spurs, se quedó con la miel en los labios, sin Luka Modric, por segunda temporada consecutiva. Los londinenses se hicieron los duros porque sabía que la salida de su mejor jugador debía dejar las arcas llenas. Y terminaron recibiendo a cambio casi 40 millones de euros. Al Real Madrid, porque José Mourinho lo conocía perfectamente. En Inglaterra, donde había llegado cuatro años atrás como el nuevo Cruyff y de donde se iba como una de las grandes estrellas de la Liga, nadie se tiró de los pelos. Pero en España, que siempre hemos sido mucho de mirarnos el ombligo y despreciar el del resto, no sonaba mucho su nombre. Los que le habían visto jugar con continuidad y habían seguido su evolución durante años hablaban de él como uno de los mejores centrocampistas del mundo. Pero sus palabras apenas se escuchaba entre las comparaciones absurdas, demagogias y valoraciones puntopeloteras de aquellos que apenas sabían quién era y gritaban más. Y como no lo conocíamos, y tampoco necesitábamos hacerlo para opinar, pues decidimos que era malo. Malo y, además, caro.
Desde ahí se le puso la primera gran barrera a la progresión de Luka Modric en el Real Madrid, aún antes de sus primeros partidos. Y así, en cuanto se le empezó a ver sobre el césped, todavía fuera de forma, sus errores comenzaron a ensalzarse sobre sus aciertos. Cuando el equipo mejora a su entrada, como ante el Barcelona en Copa del Rey, es casualidad. Y cuando el equipo no funciona con él sobre el verde, se le exigen responsabilidades, que ha salido muy caro. Que no se entienda ésto como una argumentación de su gran aportación al conjunto blanco, es obvio que no ha sido así, que su rendimiento no ha llegado al límite esperado. Pero sus momentos de lucidez quedan olvidados en cuanto un partido le desborda. Esta es la segunda gran barrera que ha afrontado el croata en el equipo blanco: la verticalidad de un equipo que entiende la posesión como algo prescindible. Por momentos, el Real Madrid renuncia por completo a la elaboración y Modric no se cansa de ofrecerse, pero no encuentra respuesta entre sus compañeros, cuando éstos empiezan a entender el círculo central como un puente.
En ese punto se encuentra Luka Modric. Peleando, sin éxito, por ganarse a la opinión pública española, como no tardó en hacer con la inglesa. Batallando, sin gloria, por encontrar una mejor versión que parece lejana cuando su confianza está mermada. Luchando, en definitiva, por salir de un bucle que amenaza en desembocar con una desagradable salida del Real Madrid por la puerta de atrás. En Riazor, llevará la manija de su equipo. Y se ofrecerá a sus compañeros, como siempre, para entregársela al que se encuentra en mejor posición. Modric va a escapar de los recursos improductivos, de los controles de fotografía y de los adornos innecesarios. Así, a su manera, reclamará un papel protagonista en los meses decisivos de la temporada. Porque no sabe hacerlo de otra forma.