Las dos últimas semanas de agosto son ese ring donde el Deportivo se pelea con cada demonio que asoma a la vuelta de la esquina. Y consigo mismo.
Antes, agosto moría con el dueño del bar del barrio ojeando hasta el último rincón del periódico y vociferando a su primer cliente de la mañana que sí, que Diego Tristán era muy bueno, pero que traer al noruego del Chelsea habría sido más inteligente. Un estudiante de psicología se daría cuenta al instante del filón que supone el análisis de las pretemporadas del Deportivo, una carrera de fondo que en los campos de A Magdalena despertó al coordinador de recursos humanos que jamás imaginó llevar dentro Javier Irureta, y que siempre llegaba a buen puerto. «Me juntaba con 40 jugadores. Era todo una complicación, pero no sé muy bien de qué manera al final siempre se salía adelante», reconoció tiempo atrás en una entrevista con el Diario AS.
Y es que en el Deportivo, todo se marchita y crece de nuevo antes de septiembre. Como ese estudiante que deja la asignatura más complicada de las recuperaciones para la noche previa al examen. No hay vacaciones plácidas en A Coruña. No para mi tío, que en 2005 y tras todo un verano sufriendo la marcha de Mauro Silva, se encontró con que Nikolay Ivanov había guardado su mejor revólver para una noche en el Vélodrome en la que, o bien por las espartanas sesiones de Caparrós o las apreturas de la camiseta, el equipo parecía encaminarse a la guerra.
Aquella noche mordimos el polvo. Y con mi tío rogando porque llegase ya el inicio de la temporada, Sebastián Taborda a punto de desembarcar en Riazor y mi mejor amigo gritando que cuándo vendría David Vidal a poner orden -acompañado del paquete de Winston de ‘Mágico’ González, a poder ser-, comenzamos a entender que el encanto del club radica precisamente en su manía de hacer todo sobre la bocina, en ser el último de la fila. En una discoteca, el Deportivo sería el amigo zoquete que, tras muchos balbuceos, algún que otro pisotón y un baile ligeramente improvisado, se lleva a la chica guapa entre el asombro y aplausos de su pandilla.
Si hubiese una banda sonora de ese momento, seguramente habría sido compuesta por Los Rodríguez. Nunca estaría de más preguntarle a Calamaro en torno a qué giraba su cabeza al idear su ‘Dulce condena’. Yo creo que pensaba en el Deportivo, o que, al menos, llevaba la blanquiazul puesta en el estudio. «Me gustan los problemas, no existe otra explicación«, cantaba el bueno de Andrés, que en el estribillo de la canción, quizá sin querer, marcó el axioma actual de la afición herculina: «Cada vez que toco un poco fondo, cada vez que el tiempo vuela, un recuerdo (más que) pasajero, otra ilusión que llega«.
Por eso las pretemporadas del Dépor y, en concreto, las dos últimas semanas de agosto, saben a esa resaca que ya has vivido -y disfrutado- tiempo antes. Por las broncas a siete días del inicio del curso y porque los billetes de avión de Abreu siempre llevaban marcada esa fecha. También porque un día 31 sin la antena de la ciudad en las cercanías del Hospital Modelo sería absurdo, igual que negar los guiños a Berlanga con un descapotable en las calles próximas. «¿Qué tipo de club es ése?», se preguntaría un forastero. Por eso, tras asumir que el traje de antihéroe sentaba bien al equipo, me relajé y recordé que hasta Arsenio tenía dudas en todo.