Nos lo temíamos. La chirigota, en pleno Carnaval, de hace una semana en Leganés, tenía como intención velada de los jugadores decir «basta». Si quieren, llámenlo canción protesta contra lo que tenían en la caseta dándoles unas órdenes que, como se comprobó en el reportaje de ‘El día después’ tras la derrota contra el Alavés, no eran ni compartidas ni entendidas por los jugadores que tenía sobre el campo. Y cuando eso pasa, el problema es más que grave.
Pero por si había la más mínima duda de que -pudiera ser que fuera, que una no está en las cabezas de los futbolistas, a Dios gracias- los chavales le hicieron una especie de ‘cama’ a Gaizka, las palabras de Pedro Mosquera sostienen esta teoría nada descabellada. «Tengo la confianza que antes no tenía. No me gusta hablar de entrenadores. Esta es una nueva etapa», decía Pedro en rueda de prensa en una auténtica declaración de intenciones: no me gusta hablar, pero hablo. Y digo mucho más que si dijera.
Da la sensación, por lo visto en los dos últimos partidos, que él se ha encargado de verbalizar un sentir común. De los jugadores y de quienes no lo somos, y donde me incluyo. O lo que es lo mismo, a muchos nos faltaba una confianza que es la base para el desarrollo de toda actividad profesional.
No quiero decir con esto que esté todo hecho con Pepe Mel, porque las cosas deben de seguir su curso, pero si hay un cambio de actitud que, en muchas ocasiones, puede servir para tapar las carencias de aptitud. Y, como todo el mundo se merece un voto de confianza –a alguno le dimos dos, tres, cuatro… y así hasta la ‘repetición de elecciones’ hasta la saciedad-, es justo esperar a ver qué es capaz de hacer con los mimbres que tiene.
De momento, en un gesto de humildad y de respeto a su antecesor, al terminar el partido dijo que “sin el trabajo de Gaizka Garitano es muy difícil que hubiésemos ganado estos puntos”. El mismo respeto que, minutos antes, había tenido acercándose a la grada y aplaudiendo a los cerca de 1.300 desplazados a Gijón que, como repito, han decidido que se merece todo el aliento y la fe para volver a ser uno.
Ojalá el señor Garitano del que Mel se acordó, hubiese tenido las agallas de acercarse a los que estuvimos en Leganés. Aunque solo sea porque en la vida, se gana más dando la cara y reconociendo los errores, que echando una carrerita cobarde al bus, aunque supiera que iba a ser la despedida más amarga.