Con el ánimo reposado se recordará una de las temporadas más bonitas en la historia del club cuando, ciertamente, sería lógico que se hubiera convertido en todo lo contrario.
Sufridor empedernido, la trayectoria existencial del club no auguraba un final plácido al recorrido, sino un camino pedregoso por las llamas del infierno de plata; unas llamas que han visto calcinarse a grandes favoritos durante los últimos años, una categoría que no invita al optimismo y no concede favores. Otros muchos, en similar situación, se quedaron en el intento: he ahí el mérito de una plantilla que exaltó el compromiso a su máxima expresión, un grupo humano destinado a un ascenso más que necesario. Aún con todo, con los dedos rozando Primera y el sentimiento un paso por delante de las matemáticas, agonizó el Dépor en el tramo final, dando tumbos futbolísticos y sufriendo en demasía, fruto en su mayor parte de un bajón en el aspecto físico, unido a la responsabilidad que supone tener a toda una ciudad en vilo con un ascenso al alcance durante tantas jornadas.
Pero esta temporada, más allá de buenas y malas rachas, con físico o sin él, con unos jugadores o con otros, con o sin lesionados, el Dépor ha acabado siempre por imponerse, ganando por necesidad y lógica, por calidad y afición, aún alejándose cada vez más del buen juego y apelando a la heroica en los últimos choques. Dos últimas finales con los nervios agarrotados, dos partidos de desarrollo agónico y éxito ajustado, con la meta tan cerca y la presión tan asfixiante. La presión de una ciudad que jamás dio la espalda al equipo ni le exigió más de lo que debiera exigirle. Y así, pese a los tintes trágicos, el destino se sobrevino inevitable y nos alcanzó en una fase en que la ensoñación y el miedo al fracaso se disputaban el estado de ánimo. Si por una serie de vicisitudes, factores extraños, sinergias negativas y demás conjunciones, además de las lógicas razones de la estrepitosa caída, el destino acabó por empujar al club a Segunda, parece que en similares circunstancias ha sido impulsado de vuelta a Primera, aunque no sin miedo; ni sin esfuerzo, sacrificio y trabajo: sangre, sudor y lágrimas para alcanzar una gloria de supervivencia.
Y no importó el cómo en ese momento, en ese domingo de mayo que A Coruña recordará por siempre, como aquel 19, de mayo también, doce años atrás, con la ciudad engalanada, los corazones blanquiazules y las almas entregadas. El objetivo, en este caso, era Primera y ahí estaba Riazor de nuevo, un año después, ciento seis años de historia y títulos atrás, para volver a ser juez del devenir herculino, para mojar con lágrimas de felicidad las que tan solo doce meses atrás lo eran de tristeza; para teñir de esperanza a los agoreros y confirmar los presagios iniciales. Así, el tamiz trágico fue desapareciendo a golpe de victoria y cercanía de éxito en una temporada que, en perspectiva, no ha sido más que un paso atrás para coger impulso y volver con más fuerza y más ilusión, con una más numerosa y entregada afición, dispuesta a seguir en la batalla para que no convertir el 2012 en una escaramuza victoriosa aislada.
Por eso todo estalló sobre el césped después de que Xisco empujara esa pelota con espíritu de todos los deportivistas, después de que la alegría colectiva se contuviera en pos de una gesta mágica y festiva, haciendo que todo valiera la pena. Con los gritos y los llantos, la fiesta y la locura, la exaltación del deportivismo y la unión y compromiso en los que se fundieron plantilla y afición, todo cobró sentido: disfrutando, campeones y dominadores, el descenso se convirtió casi en anécdota y la humillación en Alcorcón no era más que una piedra en el camino, así como la derrota en Alcoy o los ocasionalmente incómodos y sonrojantes desplazamientos. Esos partidos sin jugar a nada, esos insulsos resultados ante equipos medianos…
Ya nada importaba al ver el gesto sentido y auténtico de un pasional Riki que se convertirá en eterno, a Zé Castro o Guardado impresionados cámara en mano o a Valerón con la cara de un niño; ya nada importaba después de que un defenestrado Bodipo agarrase a Oltra y lo paseara triunfal ante la hinchada, después de ver a Rochela desafiando a su timidez con un baile improvisado o de la que la bandera gallega se representara de la mano de una generación autóctona más partícipe que nunca; ya nada importaba después de ver a Álex enarbolando, con una enorme sonrisa de felicidad, símbolos de la hinchada, a Aranzubía portando paradójicamente un estandarte mientras ‘toda la vuelta vamos a dar’ o a Colotto a hombros de sus compañeros derramando lágrimas ante los Riazor Blues. Y todas esas decepciones y fracasos se perderán en la memoria, tornándose dulces por haber recuperado la senda del triunfo y volver a sentirnos campeones. Recuerdos y memorias de una guerra, una guerra ganada por necesidad desde el trabajo, el sacrificio y el compromiso -sí, otra vez el compromiso- de una plantilla en deuda con una afición impagable.
Aún con todo, soy de los que piensa que tan solo había que esperar. Los cánticos así lo auguraban, ya no solo desde primera hora del domingo, sino durante toda una temporada en la que esas imágenes han ido calando la memoria de todo deportivista presente para no borrarse jamás: desde Peruleiro hasta que la Avenida de La Habana da paso a Riazor, con el mar al fondo y el cielo siempre azul y blanco, con la multitud agolpada gritando, envuelta en el espeso humo que emanan las bengalas que arden junto a los inquietos pies de los osados, tiñendo de una anaranjada y ciertamente mística luz los rostros de la gente cercana, la que ha estado esperando el momento junto a ti; el sentimiento, unido, celebrando, de antemano, la profecía que provino del Cono Sur y la cuál se viene implorando todas las semanas…
“Y dale alegría alegría a mi corazón,
es la hinchada del Dépor que ya llegó,
tenéis que poner el alma y el corazón,
tenéis que ponerlo todo para ser campeón.
Y yaaa veráaaas… como el ascenso a primera vas a lograr…”
Había que sudarlo, había que ‘poner el alma y el corazón’, pero estaba hecho desde aquel fatídico día un año atrás. Estaba hecho, solo había que esperar a que el destino nos alcanzase de nuevo.