Acude a tierras herculinas uno de los conjuntos potentes de la Liga Adelante, tanto en juego como en jugadores. Un poderoso rival para un choque que se antoja clave en la lucha encarnizada que supone la categoría de plata.
Cruel destino siempre, llega el oponente comandado por un símbolo del deportivismo. Un símbolo aciago para muchos y brillante para otros, nostálgico en todo caso, pues personifica el sentir de toda una ciudad en lo que, pese al resultado final, fue un hecho sin igual en la historia del fútbol español, una historia que abrazó el blanquiazul y convertiría tiempo después en grande a una institución sin gloria que había sufrido la más dolorosa de las desilusiones.
Por eso el devenir escéptico y pesimista del deportivismo se manifiesta de forma natural. No podía ser menos en esta ocasión. Miedos y bajas que se han ido acumulando, junto con esa sensación de que no se puede escapar el objetivo cuando se divisa tan cercano; esa sensación de decepción en el último suspiro que ya se ha dado otras veces, que ya ha privado de éxitos al deportivismo en tiempos pasados. Domingo a las ocho de la tarde: último turno de la jornada, más de una semana de ansia desde la insulsa derrota en tierras almerienses. Una semana de dudas infundadas, temores varios y voces agoreras que se crecen en la adversidad. Toda una semana de preocupación que se tornará en tranquilidad en ese momento. Cuando el partido de comienzo, la gente estará tranquila. Juega el Dépor, pero juega Riazor.
Desde los que beben sin sed en La Habana o los que charlan en Manuel Murguía hasta los que recorren el Paseo Marítimo llevando a su vera al Atlántico: todos son conscientes del crucial momento y cierta preocupación invade sus almas teñidas de blanco y azul en la previa del acontecimiento. Pero el reloj marca las ocho y todo se desvanece. El terreno está lo suficiente mojado, la hierba más verde que nunca esta temporada, las gaviotas sobrevuelan como de costumbre y el sol comienza a esconderse hasta que en la segunda parte de paso definitivo a los focos. Huele a mar, siempre huele a mar en Riazor. Y a victoria. Este curso, sea cuál sea el desarrollo del encuentro, huele siempre a victoria. Faltan titulares y hombres importantes, pero no falta el aliento y la presión que provoca Riazor, que se ha convertido de nuevo en feudo inexpugnable. El mayor activo de la entidad, el factor más decisivo, con una hinchada repleta de pasión blanquiazul y confianza en el equipo. Líderes destacados, temporada casi impecable cuando la obligación podría conseguir el efecto contrario, no importa si llega el Guadalajara o el Valladolid. Los rivales de Segunda, más acostumbrados a campos acordes a esa categoría que a templos balompédicos, no soportan Riazor. Noventa minutos se hacen muy largos para un equipo de la Liga Adelante. Han vuelto los tiempos de bonanza a Riazor, los tiempos de intensidad y buen juego, de seguridad y acierto goleador. Los tiempos en que el coliseo deportivista era el máximo garante de la consecución de puntos. El partido va a dar comienzo y las dudas se disipan, todo está claro ahora. Será una victoria clave, una zancada más en el tortuoso caminar que supone descender un año a los infiernos. Serán tres puntos, juega Riazor.