No hubo recibimiento multitudinario, medios a empujones para sacar la mejor imagen, buses descapotables, ni recorridos por una ciudad llena de gente. El Deportivo llegó a Lavacolla en silencio, con cuatro medios esperando en la zona de llegadas y tres aficionados de Brión cuyo destino realmente estaba en A Coruña.
Cabizbajos y sin ganas de interactuar con nadie, los jugadores fueron desfilando a los pocos. No hubo sonrisas fingidas, la decepción pesaba demasiado sobre todos. Traspasaba las puertas un equipo consciente de la temporada irregular que ha hecho, pero también del esfuerzo realizado durante el play-off. La crueldad de quedarse a un solo gol de conseguir el ascenso.
El primero en salir era Dani Giménez, que saludó a los allí presentes para enfilar el bus. Algún que otro tímido «ánimo» se escuchó, pero en ninguna cara asomaba una sonrisa. Silencio y más silencio en la ‘noite meiga’, donde el lume no fue suficiente para acabar con ellas y las llamas serán de nuevo las del infierno.
En todas las finales que había jugado hasta ahora, al Deportivo le había tocado cara. Ahora es el momento de saborear la parte amarga de la cruz. De lamerse las heridas durante las próximas horas, pero apretar los dientes para volver más fuertes. Que el silencio de esa sala de llegadas de Lavacolla se vaya convirtiendo poco a poco en el runrún de Riazor. Para que el «que sí, joder, que vamos a ascender» suene todavía más fuerte que nunca y se acabe este incómodo silencio.