Antes de que lleguemos al mundo, nuestros padres ya dialogan entre ellos para decidir cómo nos vamos a llamar. La tarea, inicialmente, se antoja difícil: dos personas deben ponerse de acuerdo a la hora de elegir una nomenclatura para el nuevo ser que ni siquiera conocen. Más tarde, con el retoño ya en brazos, y acompañados por los padrinos, deben acordar, en consonancia con el cura de la parroquia, la fecha del bautismo. Luego, por cuestiones de cercanía o horarios, y tras mutuo acuerdo, o no, seleccionan el cole que nos acogerá en nuestro día a día.
Pasa el tiempo, crecemos, nos vamos independizando y empezamos a ser nosotros los gestores de nuestros propios acuerdos. Un pacto adolescente para poder salir hasta las siete, otro con el chico u chica que te gusta prometiéndole amor eterno; uno con el profesor de Bachiller para aplazar ese examen que tanto te asusta… Simples palabras, sin más, que se lleva el viento, pero que permanecen inapelables en la memoria de sus afectados. Como una huella en el corazón, para toda la vida, o al menos, durante unos meses.
La historia de Lucas y el Dépor fue breve, pero intensa, y como la vida misma, estuvo llena de pactos. Apenas se dieron tiempo a conocerse, años atrás se habían elogiado mutuamente -sin extenderse más allá de las halagos-, pero no sería hasta 2014 cuando decidirían unir sus caminos. En busca de un beneficio mutuo, hubo quien ofreció cuartos, proyectos y buenas ropas. A la otra parte le correspondió la jura de bandera. Como en el servicio militar, aseguró fidelidad a unos colores y a una gente concreta, -tampoco escatimó en esfuerzos ni dianas-. Igual que en las bodas de las películas, aquel enlace matrimonial parecía eterno. Sin embargo, hoy, apenas dos años después, llega a su fin. O al menos por un tiempo. Hoy, el 7 y su Dépor firman otro pacto, como en las relaciones más desgastadas, se acaban de dar un margen.
Con su marcha, Lucas ya nunca más será el nuevo Bebeto –porque nadie será capaz de decirle que la playa de Riazor es tan grande como Maracaná-. Ni siquiera podrá jugar con la Canarinha, ni hacer de embajador herculino en otro país –en Monelos todos saben de sobra lo que significa el Dépor-.
Con el paso de los años sabremos si este paréntesis fue el del pacto definitivo o si, por el contrario, habrá una segunda parte. Por si acaso, demos gracias por haber disfrutado de la unión. Eso ya nadie nos lo podrá quitar.