Nueva edición de ‘El Mediapunta Defensivo’, donde Tomás Magaña desgrana la actualidad del conjunto entrenado por Fernando Vázquez.
Si alguien me hubiese dicho hace tres meses que el Deportivo tendría en 17 puntos después de las primeras once jornadas de liga, consideraría su previsión moderadamente optimista. Teniendo en cuenta todas las circunstancias que han afectado y afectan, directa o indirectamente, a la configuración y el rendimiento del equipo, el botín es más que digno. Al menos atendiendo a lo que no admite debates, las matemáticas. Y sin embargo, en el ambiente flota una brisa de insatisfacción o nerviosismo, quizá una mezcla de ambas. Como si alguien esperase que este elenco ofreciese más y mejor, como si la lógica hubiese situado bastante más arriba el listón de la exigencia.
No cabe esperarlo de Fernando Vázquez. Quizá sí inmediatamente después de consumarse el descenso, cuando pensar en un regreso inmediato a Primera era ya el único aunque insuficiente consuelo que se podía ofrecer a la hinchada. Pero no después de un verano atestado de sobresaltos y contratiempos, desde el sinvivir de la cuenta atrás hacia el 31 de julio hasta la irregular y tardía formación del plantel. Sin que esto excuse el pobre juego desplegado en varios encuentros por el Dépor, no son pocos los técnicos de Segunda que llevan varias semanas de ventaja a Vázquez en lo referente a trabajo diario con un grupo consolidado.
Tampoco creo, si bien esto es más impresión personal que otra cosa, que la afición blanquiazul se esté impacientando. Dudo que algún otro estamento haya asumido con mayor compromiso y seriedad que la masa social el pacto propuesto días después del final de la campaña 2012/13. Se hablaba de construir un equipo casi de cero, de marcar un rumbo y soportar tormentas; en suma, se aludió a la paciencia, consejera ubicua cuando los proyectos existen. La grada valora los minutos proporcionados a cada joven casi tanto como las victorias, sobre todo cuando los chicos insinúan el potencial de Insua o Bicho. Y no parece que vaya a cambiar de prisma mientras la situación clasificatoria sea relativamente desahogada.
Ni siquiera en el vestuario se tiene la sensación de estar haciendo las cosas por debajo de lo aceptable, sin que esto suponga obviar que el margen de mejora es grande, de manera especial en cuanto a juego de ataque. ¿De dónde procede, pues, esta pulsión que insta a contemplar el ascenso como algo más próximo a un deber a cumplir que a una meta hacia la que avanzar? Quizá lo ideal para descargar presión y tensión sería que aclarase sus motivos quien estime que el Deportivo está obligado a subir en tiempos de inestabilidad institucional, con un proceso electoral y un convenio por definir. Que ofreciese explicaciones quien piense que es imperativo volver a la elite con una plantilla hecha a destiempo y con un gasto salarial distribuido de manera negligente. Porque las prisas sólo son aceptables cuando los tiempos están marcados; y el Dépor no acaba de concretar en qué tiempo vive.