Salió de la cama y pensó en blanco, que dista de no pensar. Las mañanas le desaparecían ante la nocturnidad de sus horarios, así que era tarde ya. Fue después del café y un par de cigarros cuando su mente comenzó a inundarse. Como siempre. Como todos los lunes. Como todos los malditos lunes.
Salió de la cama y pensó en blanco, que dista de no pensar. Las mañanas le desaparecían ante la nocturnidad de sus horarios, así que era tarde ya. Fue después del café y un par de cigarros cuando su mente comenzó a inundarse. Como siempre. Como todos los lunes. Como todos los malditos lunes que tanto odiaba. Sin embargo, a la amargura habitual y un millón de ideas acompañaba una esperanza que lo avivaba, una rosa con espinas que le recorría el alma cada fin de semana. Esta vez, la rosa, todavía sin espinas, esperó al lunes.
Después de la prensa y un almuerzo en base a carne y huevos, salió dispuesto, recorriendo las calles cabeza alta y pensamiento distraído. Desbordado soñador, todavía tenía unas horas de ajetreo, pero su cabeza, ya habitualmente dispersa, se evadía a dos colores y un estadio, a tácticas y nombres, a piernas rápidas y centelleantes, a emoción y frío en los huesos mientras el abismo aprieta e imagina su aliento inundando el juego. Toda la temporada acostumbrado a que el Deportivo hundiera todavía más su gris comienzo de semana que, esta vez que todavía estaba por jugar, le daba ánimos que la posibilidad del triunfo estuviera abierta. ¡Qué le importaba que la semana anterior se traspasara la línea de la vergüenza!
Tampoco pensó en quién rindió ni quién no, él volvía a estar con todo. Con toda su ilusión, con todo su miedo; con toda su inocencia, tal vez. No se preocupó de los 11 puntos, ni del puesto de colista. ¿Cómo iba a hacerlo? Había un partido por delante, una nueva oportunidad. -Ya llegará la desilusión –pensó-, la bronca y los pitos, el desastre. Pero no ahora. Lo llevaba tan dentro que era incapaz. Era crítico, pero siempre apoyaba, lo demás le daba igual. ¿Quién cojones es Oltra? ¿Quién cojones es este o aquel? Podía gustarle o no el entrenador o los jugadores, pero siempre apoyaba. Él era de unos colores, de un sentimiento. Y la gloria y sus leyendas habían pasado ya de largo. Decía Valdano que hay dos tipos de espectadores: aquellos que aman el fútbol y aquellos que aman la moda o el fenómeno social, siendo estos últimos los peligrosos. Siempre se identificó con esa frase; nunca le gustaron las modas. Tampoco Valdano. Entonces pensó en Arsenio para limpiar su conciencia; en su retranca y su costumbrismo, en esa magia que tenía ‘O Bruxo’, en esa magia que esconde tras la aparente nada. Se sentó frente a su busto, rodeado de árboles y mar, de Galicia. Su hermano trajo una botella de vino. Ya quedaba menos.
Y, así entre Arsenio y el Atlántico, y Fran y Bebeto, y Mauro Silva y Makaay, a cada minuto se sentía más confiado, a cada paso hacia el estadio imaginaba una nueva jugada de gol: Bruno Gama recortando y poniendo un balón en el punto de penalti para que rematara Riki; Pizzi transformando un tiro libre; un barullo tras un córner y una pierna que aparece de la nada para hacer caerse a Riazor. Casi se había olvidado de contra quién jugaban, solo veía goles y más goles blanquiazules. Y recordó una frase de Gordom Stratcham: “el mundo parece un lugar totalmente distinto después de dos partidos ganados consecutivamente”. ¡Coño, y tanto que sí!, se dijo al tiempo de entrar por el vomitorio y ver los focos iluminando un verde que era más verde que nunca, y una lluvia que no le mojaba, y un corazón pintado ajeno a todo lo demás.