El 6 de Marzo de 2002 todo era magia. E ilusión. Y grandeza. Todo envuelto en la humildad del modesto que no era tal: el lobo con piel de cordero. Ese día fuimos los mejores. Montados en el caballo de la épica, con el buen juego por bandera.
El 6 de Marzo de 2002 todo era magia. E ilusión. Y grandeza. Todo envuelto en la humildad del modesto que no era tal: el lobo con piel de cordero. Ese día fuimos los mejores. Montados en el caballo de la épica, con el buen juego por bandera. Con la solidez infranqueable de un tipo que inventó una posición, con el talento de un díscolo artista de la redonda, con la batuta y la chistera de un flaco con la 21.
El 6 de Marzo de 2013, once años después, nos queda una sombra y el recuerdo. Once años después, la institución se rompe y el equipo se hunde en la cola de la clasificación. Once años después, la afición, presa de éxitos pasados y una gloria infinita, sigue ahí, incluso con más fuerza que nunca. Y ahí estaba la mañana del sábado, que se abrió paso soleada, radiante, presta para la victoria de la tarde. Tocaba ganar sí o sí. Pero la hora se acercaba y al tiempo que el cielo se tornaba grisáceo, el ánimo semejaba mermar. La posibilidad de repetir fracaso asomaba con ansia, y en esa atmósfera repleta de miedo comenzó el choque, aún con el estadio frío y el equipo ayudando a la triste estampa.
Así, casi sin tiempo de saludar al tipo que te presta un par de hojas de periódico cada 15 días, comenzaron los primeros arreones de un Rayo que abraza el fútbol y rezuma confianza en cada acción. El fútbol, bien considerado un estado de ánimo en multitud de ocasiones, fluye de la cabeza a la piernas vallecanas jornada tras jornada tanto como se diluye a cada minuto en el equipo deportivista. Y cada transición rayista, cada combinación, aun sesgada, desangraba a los blanquiazules. Cada desborde de un hipersónico Lass hacía mella. Incluso cada despeje de un errático Gálvez convertido en bastión ante la ausencia de referencias ofensivas. Método, confianza y resultados.
El deportivista, un conjunto que dada su situación debiera ser intenso, pertinaz y guerrero, de defensa cuchillo en boca y ataque a puñaladas, no llegaba más allá de la contemporización y la timidez, más allá de mantenerse con vida, haciendo parecer que comulgaba con el conformismo y el tedio. Y son muchos los partidos que esbozan esa imagen. Quizá por nervios, quizá por sentir las piernas cercenadas debido a la soga que supone una afición entregada que se alza muy por encima del rendimiento del equipo semana sí, semana también. Ese sentido de la responsabilidad que bloquea en vez de corresponder, que oprime con fuerza, que corroe en lugar de motivar. En todo caso, ese es el mejor de los escenarios imaginables para explicar la aparente desidia. Un quiero y no puedo, que no un puedo y no quiero. Aun con todo, ¿nadie les dijo que esto era para valientes?
Entre despropósitos e inoperancia se pitó el final y se confirmó un nuevo día de la marmota. Una y otra vez, partido tras partido, siendo redundante. Otra semana en bucle burlón de ilusión, derrota y decepción. Y vuelta a la ilusión. Hasta que un día estalle, porque el sentimiento ya no puede gritar tanto como para silenciar a la cabeza. Y ésta dice que Segunda División está cerca. Muy cerca. También los desplazamientos lo estarían y serían bonitos, piensas por otra parte. Gijón, Ponferrada, Soria, Santander, Lugo, quizás Oviedo… Y una marea blanquiazul inundándolo todo. Quién no se consuela es porque no quiere. Tal vez también le llegue la oportunidad a la cantera, piensas luego. Y veremos a un chaval de Arzúa pasándosela a uno de Sada, y éste a otro del Birloque. Al menos, morir con la tierra en el escudo y barro en la camiseta. Los colores en el corazón para una larga travesía por el desierto. ¿O quizá no? ¿Puede todavía el sentimiento silenciar a la lógica? ¿Puede todavía la ilusión por un milagro obviar las pésimas sensaciones?
Y, propio del bucle, vas poniendo colores a la negrura del domingo según los días avanzan. El equipo parece condenado a cerrarse puertas, pero si los rivales siguen prestándose dispuestos a dejarlas abiertas semana tras semana, ¿por qué no? Faltan doce batallas que luchar, doce finales que conquistar de aquí a Mayo. Con más corazón que fútbol, con más esperanza que otra cosa. Que se pinten la cara y se armen hasta los dientes; que se rapen la cabeza y les den un beso a sus mujeres al partir; que se olviden de los nervios. ¿Nadie les dijo que esto era para valientes? Que empiece a gustarles el olor a napalm por la mañana; que salgan con todo, claven el cuchillo y no piensen cómo, ni a quién. Que den más de lo que tienen. Que nos devuelvan algo.
Hoy hace once años que el Dépor alzó la copa del Centenariazo. Un equipo que se bebía los partidos a trago, que devoraba la historia sin remilgos. Inconscientes, la euforia nos consumía y nunca vimos más allá de nuestra propia de Torre de Babel. La resaca de aquellos éxitos se transformó en tormenta y tiró abajo la torre sin saber como recomponer los pedazos. Pero once años atrás fuimos los mejores cuando nadie lo esperaba. El imponerse a lo preestablecido sigue siendo una de las más hermosas cosas del fútbol. Mientras podamos, ¿por qué no pensar que esta vez también? Por nosotros que no quede: nos irá el masoquismo, o seremos gilipollas, pero parece que hasta nos gusta el bucle de todas las semanas. Eso sí, que les expliquen ya que esto es para valientes.