Vuelve El mediapunta defensivo, la columna de Tomás Magaña, hoy centrada en el paso de Kaká por el Deportivo y en su despedida.
Durante el curso 2011/12 tuve oportunidad de pasar algunas semanas en Hungría. Un país donde el contraste asalta a cada paso, donde la arquitectura más majestuosa de Europa cobija una de las sociedades más empobrecidas del continente, en su economía y en sus valores. Los motivos de mi estancia no fueron profesionales, pero aproveché la ocasión para tomar algún contacto con el fútbol magiar. Curiosidad, frikismo, exceso de tiempo libre, llámenlo como prefieran. A escasos kilómetros de Budapest estaba el estadio de un club, el Videoton, en que militaban varios jugadores españoles. Uno de ellos, el zurdo Walter Fernández, incluso había sonado para el Dépor tras descollar en el Nástic de Tarragona. Ahora está en Rumanía, previo paso por Bélgica.
Como alternativa puntual a los pubs y las enormes jarras de cerveza estuvo bien, pero no saqué demasiado en limpio del paseo. Con un par de partidos mi interés quedó sobradamente satisfecho. Hasta donde pude ver, la idea que uno se hace no difiere demasiado del prejuicio común: el nivel de la competición dejaba bastante que desear. Por decir algo, estaba a medio camino entre la Segunda B y la Segunda de la época en España. No volví a recordar todo aquello hasta que, hace como un año, el Deportivo se fijó en un veterano central brasileño que jugaba en Hungría. Precisamente en el Videoton, aunque no estaba allí cuando yo había visitado el Sóstói Stadion. Por aquel entonces estaba en Chipre, dato que no hacía las perspectivas mucho más halagüeñas.
Sinceramente: cuando escuché que el Dépor iba a traerse de Hungría a Kaká, con 32 años, desconfié más que mucho. De acuerdo, lo pedía el entrenador, pero un entrenador recién llegado solicitando el fichaje de viejos conocidos me trasladaba a 2005 y 2006 y al Recreativo de Huelva de finales de los noventa. Lagarto, lagarto. Vamos, que a priori no me fiaba un pelo, por más que su currículo incluyese comparecencias en Champions League y hasta un subcampeonato en Europa League de la mano de su valedor, Domingos Paciência.
Domingos duró poco, pero vino Fernando Vázquez y Kaká no perdió status, a diferencia de algún otro con bastante más cartel en quien también había confiado el técnico luso. El descenso fue inevitable (aunque quién sabe qué habría ocurrido de no haberse lesionado Claudiano ante el Real Madrid), mas el de Castrofeito no saltó del barco y enseguida señaló un par de hombres fuertes con quien querría contar en un proyecto que anunciaba juventud y cantera. No sólo Germán Lux apostó por el Dépor en un momento difícil, de incertidumbre mayúscula e inquietud social: también Kaká lo hizo. Como durante toda su estancia, sin una palabra más alta que otra. Para entonces, pocos eran ya los que dudaban de que como mínimo podía ser un defensa cumplidor en la categoría de plata.
Un año después, el zaguero de São José do Belmonte se va. A estas alturas, su trabajo silencioso ha enterrado ya todas las reticencias previas a su puesta de largo en Riazor. Ha cumplido cuando se le ha necesitado sobre el terreno de juego y no ha necesitado encrespar el ambiente para tomar la puerta de salida. Si lo hubiese hecho, no habría chirriado tanto como en otros casos cercanos, porque jamás se llenó la boca con grandilocuencias sobre compromiso e identificación con los colores. De Kaká no hemos escuchado mucho más que las palabras de despedida que ha dejado para la afición. Mesuradas, amables y elegantes. La última gran prueba de su profesionalidad.
No hay que pasarse con el romanticismo: en lo estrictamente deportivo, su baja debería poder cubrirse sin excesivos inconvenientes. Se marcha un central disciplinado y tendrá que venir otro, capaz de ofrecer garantías cuando falte un campeón del mundo o una de las mejores noticias que la cantera blanquiazul ha dado en años recientes. No es sencillo solapar a dos tipos así y Kaká no pasará a la historia por ello. Como brasileño, tampoco se le recordará junto a sus compatriotas de los tiempos gloriosos; ni mucho menos levantará los debates y la preocupación derivados del adiós de Culio. Pero la próxima vez que alguien abrace el escudo ante focos y micrófonos, la próxima vez que alguien venga o se vaya, quizá entonces merezca la pena tenerle presente. No olviden a Claudiano.