Cuando se quiso levantar, sus rivales ya le esperaban a la puerta del cementerio. Hasta en la desgracia, parece que el Dépor no desciende al infierno, porque la sensación es que ya moraba en él. Y ni así se iba, imprevisible para arrancar un último suspiro de anhelo con un 2-2 y enrabietar a un marciano, capaz de llevar a los familiares a pensar en un último golpe de suerte cuando en la UVI ya te dan por perdido. Ocurre que a algunos de ellos se les había ido la palidez tiempo atrás.
Como en la vida, como en las relaciones afectivas, no hay peor pecado con tu equipo de fútbol que llevarlo a los límites de la indiferencia. A verle con el rostro inerte después de cuatro años bordeando el purgatorio de Segunda, a donde siempre se va el más malo, pero también un feo y un bueno porque el cuadrilátero no entiende de bellezas, menos aún de suertes y sí de dinámicas. A ese podio de desdichados sí acudió esta vez el Dépor, tan temerario como para bailar sobre su tumba una y otra vez sin llegar a un siniestro total como para empezar a excavarla cuando firmó un balón de oxígeno en los despachos.
Y es que el club nunca perece, solo se deja ir suavemente hasta decir adiós en Riazor. Porque hasta quienes escapan de alguna cuenta pendiente o reciben la visita del pasado buscan acomodo en casa para rendirse cerca de los suyos. Sea o no casualidad. Sean o no merecedores del olvido. No se muere el Dépor, sabedor de que es un Cinderella Man aún saliendo de la crisis del 29, todavía con la mano rota y opositando a perderlo todo, pero sometido a ratos al orgullo que le espoleó en algunos momentos de la Liga, rodeado de quien siempre le quiso.
Y es que ni en el peor sinsabor se olvida uno de la leyenda de Arsenio, hábil para cruzar la playa de Riazor a pie para evitar las muchedumbres, huidizo también en las ruedas de prensa pero siempre sencillo hasta para resumir la historia de un equipo después de perder un título de Liga. La del Dépor es regresar hasta la saciedad, la de las resurrecciones. La de irse en silencio, cerrando la puerta por un tiempo y diciendo que «tuvo que darse todo así. Muchas gracias, hasta la próxima y que Dios reparta suerte».