Tras otro nuevo descenso, tras miles de ilusiones destrozadas, regresa ‘Alta Definición’ a Riazor.org.
Un manto azul y blanco de bengalas, tifos, cánticos y alcohol se extendía por toda la ciudad esa maldita tarde de sábado, tiñéndolo todo de confianza y de victoria, de la alegría previa que supone soñar con festejar. Como en el penalti de Djukic, hasta los perros eran del Dépor. Riazor engalanado, el yugo del descenso apretando con fuerza, el Valencia en la retina. Pero esta vez era distinto. Queríamos que fuera distinto. Tenía que ser distinto. ¿Dos años descendiendo en circunstancias similares? No, de ninguna manera. ¿La caída después de tanta lucha, después de tanto apoyo cuando todo estaba perdido y solo quedaba la afición levantando a un equipo errante? No, no nos pasará de nuevo. ¿Un descenso justo el mismo día que Valerón, leyenda viva, símbolo de la grada y el balón, abandona el club? No, el fútbol no puede ser tan desalmado, nos decíamos; ni con él ni con nosotros. Aunque la semana -como siempre- empezó con dudas y temores, según se acercaba la hora no veíamos otra cosa más que la victoria. Incluso para el Dépor, ducho en tragedia y lágrimas, sería demasiado cruel otro descenso. Más aún con la actual situación económica e institucional. ¡Coño!, teníamos que salvarnos sí o sí, autoconvencerse era la única opción. Aunque jugáramos contra un equipo Champions, aunque hubiera sido el Milan de Sacchi, la salvación era el único final que escribíamos en un guión repleto de torcidos y lacerantes renglones. Así, la confianza medraba a cada quinto de Estrella, a cada nube de humo naranja, en cada grito. Estaba en todos y cada uno de los inocentes ojos rodeados por pintura blanquiazul, en los millares de camisetas y bufandas representadas por el puño al aire y la mirada conmovida, enternecida, de Fernando Vázquez. Solo había que coger lo que era nuestro. Pues no. Otra vez no.
Hubo esperanza en los primeros minutos, con esa salida centelleante del Dépor, con intensidad y coraje, con los once mordiendo en cada acción y concienciados de la lucha, con Riazor ardiendo. La tuvo Bruno para hincharnos a Valium, pegar un vuelco y besar el cielo. Pero no. Otra vez no. Lo que llegó fue el gol de Griezmann, lastimero y lastimoso; un punzón a la fé, la condena a un equipo que, pese al esfuerzo, no devuelve todo lo que la grada le brinda semana tras semana. Ese gol fue el todo: el fin del engañabobos, de la trampa para crédulos en la que habíamos convertido el partido y, quizás, también la segunda mitad de la temporada. Turbada la esperanza, subconscientemente, ya (casi) todo Riazor estaba en Segunda cuando minutos antes desprendía ascuas como si viviera su propia noche de San Juan. Con ya un cantar inerte y derrotado, salpicado por arreones vacíos de fútbol y entregados a la desesperación, solo restaba llegar al pitido final. Solo restaba la desolación.
O no. Porque, pese las miles de lágrimas –mitad rabia, mitad pena-, el descenso parece que estaba interiorizado, durmiente tras el dichoso ‘sí se puede’. De hecho, ya habíamos muerto en diciembre, aunque nos diera por sacar el cuerpo a la superficie y soñar con la gesta. Como muestra, dos días después de haber descendido, ya solo se habla de planificación y rumores, de los desplazamientos en Segunda o de cuánto bancamos a Fernando Vázquez. Y no hay lugar en el Atlántico al feroz desencanto o Lluvias de Castamere. En tiempos de la Primavera Turca, aquí las revoluciones son tímidas, fugaces y en la sombra; ni al rey ni a sus hijos se les corta la cabeza; las responsabilidades, según quien las adjudique, fluyen y cambian de manos, desaparecen o se entierran. No es la del Deportivo una masa especialmente crítica. Ni con el poder ni con los jugadores. Y así, en la B, este deportivismo, obstinado, terco e irracional, entregado por definición, masoca per se, ha renovado ya cerca de 10.000 abonos. Muchos de ellos, sin saber la categoría; y otros tantos que vendrán sabiéndose en Segunda. ¿Qué cojones importa la categoría? ¿Primera, Segunda, Tercera? De Tercera viene la cantera con la que el deportivismo se está ilusionando de nuevo: somos felices con poco. Cualquier día jugará el señor de gafas que tenemos al lado y lo animaremos hasta que nos sangren las palmas de las manos, mientras el que lleva el Ipad al estadio –no diré lo que me parece- le tira videos y comenta el guante que tiene en su pierna izquierda, sacando datos y más de sus golpeos. Casi cualquier cosa nos sirve. Nos aterramos porque a Bruno nos lo pueda quitar el Valladolid –que ya es trágico que desde Pucela se puedan llevar a Gama- y a los dos días ya hemos dejado eso atrás para brincar por la vuelta de Lassad, Xisco o Pita. Felices con muy poco.
No entendemos de razones, ni de presidentes, ni de jugadores. Colores y Riazor. Una camiseta y un escudo en el corazón. Poco más. El cielo o El Toralín, no importa. La Copa de Europa o el barro. Para el verdadero hincha, no importa; solo hay fútbol, una pasión irracional, una conexión con algo más grande que tú, una sensación de pertenencia a algo tan grande que une todas las diferencias posibles, haciendo que converjan en un estadio repleto de alma y sufrimiento baladí. Aunque toda afición piensa que su club es el elegido –menos la del Getafe, claro-, nosotros estamos más cerca de serlo. Seguro que lo estamos. Tenemos que estarlo. Por lo menos, en la clasificación de dignidad y orgullo tras la derrota, si no vamos primeros, estamos cerca; solo así se explica tan magna calma tras la caída.
Iba a afrontar este texto contando lo poco que me apetecía escribirlo, el desánimo que queda tras una lucha tan sufrida, las arrolladoras sensaciones que se acumulan desde el domingo o las lágrimas encerradas tras el puto gol de Antoine. Sin embargo, como al resto, según me van pasando los días, se me va olvidando todo eso y solo queda una nueva ilusión. La pasión sale reforzada. Al fin y al cabo, ¿quién quiere ganar siempre? La derrota dignifica, fortifica, une y aparta los despojos. ¿Huele a tragedia y melancolía? Huele a orgullo y esperanza. ‘Just because I’m losing, doesn’t mean I’m lost’ –solo porque esté perdiendo, no significa que esté perdido-, canta Coldplay en su magnífica ‘Lost’. ¿Voltaremos? ¿Y a dónde hay que volver? Perder tiene incluso su punto, lo que no podremos jamás es estar perdidos. ¿Primera, Segunda, Tercera? Somos el Dépor, eso nos basta. O Dépor somos nós.