Se cumplen seis años del fallecimiento de José Luis Vara, mítico integrante del Deportivo en la década de los 80 y antiguo inquilino de los banquillos de Bergantiños, Laracha y Cerceda.
«Siempre que podía bajaba a Esteiro, porque si José Luis era dos cosas, ésas eran fútbol y familia». Agustín de Carlos Elduayen -portero del Deportivo a comienzos de los 90- es uno de los muchos amigos que dejó el que, para un amplio número de los seguidores del balompié de la zona, fue el último gran futbolista que salió de la Costa da Morte. José Luis Vara Olveira (Esteiro, 1958) apagó la luz de su habitación un día como hoy hace ya seis años, pero la puerta nunca se cerró. Como tampoco se escapó la nostalgia de sus numerosos compañeros de viaje.
Vara era un óleo en el museo equivocado. Un artista con madera de líder que devoraba metros con la misma intensidad que marcaba su carácter. Ese andar desgarbado no despistó a Sertucha -exsecretario técnico del club coruñés-, que se lo llevó de su localidad natal con sólo 15 años. Cinco fueron los que tardó en debutar con el primer equipo del Deportivo de la mano de otro clásico, Luis Suárez. Dos, los que transcurrieron desde su debut para que el conjunto herculino encontrase en él a un referente al que agarrarse.
Sin embargo, las nueve campañas del esteirán en las filas del equipo de su vida no bastaron para cumplir su ilusión de alcanzar Primera División vestido de blanquiazul. La oportunidad se la brindó el Betis. Y precisamente, con el equipo andaluz se cruzó por primera vez con un Elduayen que, por aquel entonces, era el segundo guardameta del Atlético de Madrid entrenado por Menotti. Años después, se convirtieron en vecinos. «Vivíamos en la urbanización de Os Regos, en Oleiros. Yo había finalizado el Curso de Entrenadores de Nivel Uno y me comentó si quería hacer las prácticas con el Juvenil del Bergantiños. Le dije que sí».
Y ahí, en la localidad de Carballo y, en concreto, en las Escuelas Luis Calvo Sanz, es donde la figura de José Luis Vara cobra especial relevancia. Allí, donde el exjugador vasco ejerce en la actualidad como entrenador de porteros y técnico de fútbol base, se gestó parte de la leyenda de un cascarrabias incorregible, pero también la de un hombre entrañable al que todo el mundo admiraba. «No era el jefe, era el alma máter», matizaba Elduayen en su conversación con Riazor.org. «Le han respetado todos los jugadores, porque sabía cuándo tenía que tener más carácter. Decía las cosas a la cara. Y con los niños, era muy dulce», explicó el donostiarra.
Ese respeto, ese carisma entre sus pupilos que le definió en su etapa al frente del propio Bergantiños, encontró un punto de inflexión en el Laracha, donde marcó un antes y un después en la trayectoria del modesto equipo coruñés. En el Municipal fraguó su pequeño milagro particular dejando a los rojiverdes en los puestos del play-off de ascenso a Segunda B dos temporadas después de dejar atrás la Preferente. Y allí, entre otros, coincidió con Iago Iglesias, que también hizo hincapié a este medio en la personalidad cercana de Vara: «No se casaba con nadie, pero protegía a los futbolistas y era el primero en hacer una broma después del entrenamiento».
Su recuerdo, llorado por la numerosa multitud que acudió a su sepelio en Esteiro, no parece haberse erosionado con el paso del tiempo. «No pude verle jugar, pero me dijeron que no se escondía nunca, que siempre quería la bola», reconocía el mediapunta de O Birloque. Capitán sobre el césped, Vara tampoco abandonó el brazalete en el banquillo. De ahí la mística que, poco más de un lustro después de su marcha, rodea la historia de aquel joven melenudo y de piernas largas que destiló en Riazor, y a fuego lento, su propia historia. La de un guía.