Se abre un nuevo horizonte para el delantero portugués tras la lesión de Riki. La afición, expectante, quiere por fin ver a la promesa portuguesa desatada sobre el césped.
Caía el sol a plomo y a lo lejos se escuchaba el carruaje que tanto se esperaba. Se pedía un pistolero virtuoso y apareció él: fibroso y apuesto, con aires de gran estrella, gesto desafiante y fama al otro lado de la frontera. Las espuelas de sus botas tintineaban a cada uno de sus imponentes pasos y su mirada no parecía conocer el miedo. Los hombres del pueblo creyeron ver al salvador que ansiaban y las puertas se le abrieron de par en par, le invitaron a las tabernas y las mujeres se postraron ante él. Así, convertido ya en esperanza blanquiazul, llegaba Nelson Miguel Castro Oliveira (Barcelos, Agosto de 1991) a tierras coruñesas desde Lisboa. En un tempranero primer duelo Riazor fue testigo de su clase y en los siguientes su titularidad se pedía a gritos, gol y medio incluido en la lejana Granada. Todo un fenómeno entre una afición ávida de ídolos y carente de talentos a los que agarrarse. Sin embargo, su estela se fue apagando. Tal fue el apagón que ahora, unos meses más tarde y larga lesión mediante, los aires de estrella parecen desvanecerse entre la arena y de esperanza ha pasado a ser desterrado al vagón de los esclavos que supone el banco de suplentes. Ni fibroso ni apuesto, sino fuera de forma y mentalmente mermado, amén de un característica desidia, la última actuación del luso dejó dos definiciones mediocres de delantero hundido en el fango. Dos balazos fallidos de forajido encarcelado.
¿Es Oliveira el gran talento que se vende desde ciertos sectores o, por el contrario, es el producto promocionado por Nike y Jorge Mendes del que algunos hablan en Portugal? Lo cierto es que, a nivel de clubes y ciñéndose a los números, el joven atacante ha conseguido marcar apenas 10 tantos en cerca de 80 encuentros, en lo que vienen a ser unas cifras verdaderamente pobres. Todavía es joven, podría alegarse. Además, con la selección nacional portuguesa y sus combinados de categorías inferiores sí ha causado una grata impresión, dando muestra en ocasiones de esa gran calidad que se le presupone. De hecho, se destapó al mundo en el Mundial Sub-20 de Colombia. En el gran escaparte que supuso el torneo en el país sudamericano, Oliveira brilló tanto como Oscar dos Santos, James Rodríguez o Erick Lamela. Palabras mayores. De ahí su fama y su convocatoria, un año después, para la Eurocopa. Entró en la cita continental contra todo pronóstico, pero cuatro partidos saliendo como suplente bastaron como efímera prueba de su gran nivel. Alejado de los focos y la presión por su rol de secundario, el de Barcelos se mostró veloz, asociativo e inteligente, repleto de talento y apuntando cotas mayores. El niño mimado del país vecino. El nueve sobre el que pesaba el cartel de se busca desde hacía años.
Tras medio año de aventuras fallidas y expectativas incumplidas, Oliveira y su revólver están ahora solos frente al fútbol, frente a su oportunidad. La lesión de Riki soltará las cadenas que le atan al banquillo y solo quedará el verde. El verde y él mismo. Su límite lo impondrá su propia disposición porque, pese a su irregular carrera hasta la fecha, padrinos o no mediante, bastan tres o cuatro detalles del 25 blanquiazul para observar que se está ante un jugador diferente, ante alguien que puede marcar las diferencias; más aún en el desierto sin fin de la parte baja de la tabla. Su apatía, propia de grandes estrellas, solo es aceptable desde el momento en que el luso gane partidos. Mientras tanto, seguirá siendo condenado. Una mañana desafortunada la tiene cualquiera y la puntería se gana disparando a muñecos de nieve entre semana, pero que no se mueva del centro como zona de acción: los duelos se ganan de frente acertando primero.
Ni en Coruña ni en Lisboa le esperarán eternamente. Por ello, su momento es ahora. Con 21 años y ya curtido, debe exhibir su potencial de la mano de la confianza que le otorgará saberse titular, actor primario en la batalla por la permanencia. No tiene la espalda cosida a latigazos ni una vida lastrada por la crueldad, pero debe rebelarse ante los estigmas que se le pegan a la piel partido tras partido. No está, pero hace tiempo que se le espera. Debe abrirse paso. Desencadenado, Oliveira debe ser el implacable pistolero que la afición espera. Que les pinte la cara, que nos calle la boca.