Un Sissoko cada vez más en forma apela al desborde para ganarse un puesto en el equipo y enganchar a una afición que reclama puntos pero también espectáculo.
Llegó fuera de peso y, sin apenas dar tiempo a la gente para articular la mofa, Fernando Vázquez decidió otorgarle confianza absoluta. El marfileño perdía kilos y progresaba, aparecía poco a poco, siempre desde el banquillo, siempre para enmendar. Lesionado Salomão y apagado Rabello, la grada empezó a verlo como la nueva esperanza regateadora, la luz en un equipo solvente pero no muy divertido.
Ayer a las doce del mediodía Sissoko saltaba al césped de La Romareda como titular por primera vez desde que viste la blanquiazul, y en un partido gris la pelota sólo quiso bailar con él, que se afanó una y mil veces en buscar el regate, en amenazar el área, en definitiva: en darle a Vázquez (y al deportivismo entero) lo que no tiene. Ofreció mucho, pero nada demasiado palpable, siendo más bien una intención, una actitud fuera de lo común en un equipo que frunce el ceño. Una sonrisa. Un poco lo que Coruña esperaba de Rudy Cachicote, alguien exótico y bailable con pelos e imaginación.
Ibrahim es otra oportunidad, otro desatado que tiene en su mano hacer temblar Riazor de aquí a final de liga. Toché ya nos había avisado. Cumplidor, bueno para todos, fiel ejemplo de futbolista amable que ha ido a lo suyo durante su puesta a punto y ha respondido finalmente con un fútbol movido y contagioso, necesario para hacer más llevadero un camino hacia el ascenso plagado hasta el momento de cemento y formaciones rocosas.
Salamandra, lagarto, así le llaman. Anfibio, reptil, o las dos cosas. Que una afición revista a sus jugadores de imágenes y apodos es siempre positivo, enciende fuegos que no se apagan aunque el jugador en cuestión sea malo, y no es este el caso. El de Abidjan ya ha conseguido, por el momento, sacudir la cabeza de la hinchada lo suficiente para que esté esperando el partido ante el Tenerife con ojos renovados.