Nuno Espírito Santo se reencontrará este domingo con el Deportivo, donde apenas jugó 12 partidos pero varios de ellos quedaron para la historia.
Fue José Francisco Molina el que puso firme a Raúl cuando este se encaró con Mauro Silva y el que realizó varias paradas de mérito para aguantar la victoria en aquella final que cien años durará, pero no fue el valenciano quién defendió la portería blanquiazul durante más minutos en aquella competición. La Copa del Rey 2001-2002 que terminó en las vitrinas del Deportivo tras superar al Real Madrid en su propio estadio arrancó para los coruñeses en Luanco con una victoria por 1-4 ante el Marino. Aquel día, el portero elegido por Javier Irureta fue Nuno Espírito Santo. En la siguiente ronda, ante la Cultural Leonesa, el técnico vasco decidió confiar de nuevo en él. Ya en cuartos y ante el único rival de Primera al que superó el Dépor antes de la final, Jabo no dudó y apostó por el que entonces era su portero titular: Molina. En semifinales, contra el Figueres (2ª B), Nuno recuperó el puesto y fue importante en una eliminatoria mucho más igualada de lo que la diferencia de categorías hacía pensar.
En la misma temporada, el meta luso también fue protagonista de una de las grandes victorias históricas del cuadro herculino: la cosechada en Old Trafford ante el Manchester United. En una noche en la que Diego Tristán, Sergio y los fallos de Fabian Barthez se llevaron los titulares, Nuno ingresó al campo tras el descanso por una lesión de Molina y fue capaz de mantener la puerta a cero durante 45 minutos. Desde entonces y aprovechando la baja del valenciano, encadenó por primera y única vez varios partidos como titular, con un total de cinco entre Liga, Copa y Champions League.
Tras 12 encuentros disputados (uno en la 96-97, otro en la 97-98 y diez en la 01-02) y dos cesiones a Mérida y Osasuna, Nuno abandonó A Coruña en verano de 2002 para poner rumbo al Oporto, donde sería campeón de Europa y conocería a uno de sus maestros: José Mourinho. El técnico del momento en la Liga BBVA, que llegó en 1996 y empezó a forjar la amistad entre Augusto César Lendoiro y Jorge Mendes, perteneció cinco temporadas a la entidad gallega y estuvo a la sombra de Songo’o primero y de Molina después, pero fue partícipe de noches que quedarán para siempre en la memoria deportivista.