Cuando se habla de la cantera en el Deportivo, en la gran mayoría de los casos se critica el trabajo que se hace en las categorías inferiores o las pocas oportunidades que tienen los jóvenes en la primera plantilla blanquiazul. No seré yo quien os intente convencer de que todo es perfecto y que se saca el máximo rendimiento a Abegondo.
Seguro que hay multitud de aspectos que se deben mejorar y cosas a cambiar. Sin embargo, en muchas ocasiones la mentalidad del jugador es determinante para que consiga o no pasar al fútbol profesional. Todos conocemos casos de chavales con unas cualidades tremendas que se quedaron por el camino. Una de las dificultades más importantes es que un adolescente de 17, 18 o 19 años debe tener una madurez inusual para su edad y para asimilar de forma adecuada el salto desde la base al primer equipo. Si alguien simboliza esa madurez, ese sacrificio por vivir del fútbol es Álex Bergantiños. No era el más talentoso de su generación, no era el que más calidad tenía, no era de los favoritos en la quinielas para jugar en Riazor. Buen central, aceptó la idea de Tito Ramallo de colocarlo como medio centro al no verle futuro en la defensa por su estatura. No sólo lo aceptó; aprendió su nuevo oficio en poco tiempo, formando con Pita una pareja espectacular en uno de los mejores filiales de los últimos años. Ni un reproche, ni un mal gesto por variar su demarcación. Trabajo, trabajo y más trabajo. Su paso al primer equipo fue todo menos sencillo. Cada vez que le plantearon irse cedido, la maleta ya estaba preparada. Xerez, Granada o Nástic sirvieron de escala hacia el sueño de vestir la blanquiazul. De nuevo, ni un reproche ni un mal gesto.
Trabajo, trabajo y más trabajo. Síntoma de madurez. Nunca se creyó más de lo que es ni tuvo pájaros en la cabeza. Consciente de sus limitaciones, esperó su oportunidad con paciencia, formándose y teniendo minutos tanto en Segunda como en Primera, algo de lo que no iba a disfrutar en A Coruña. No se paró a pensar si era justo o injusto. Esa era la decisión, y él la iba a respetar. Siempre mostró un gran respeto a las decisiones del club de sus amores. Quería ser profesional y lo iba a demostrar aquí, en Jerez o donde fuese.
Al final, ese esfuerzo tiene recompensa. Álex es uno de los capitanes del equipo, un hombre respetado por sus compañeros, un tipo educado, agradable y que siempre antepone el bien del grupo al suyo personal. Se entrena al máximo y cumple cuando lo necesitas. Víctor apostó por él en el derbi y Bergantiños respondió como mejor sabe hacerlo: trabajo, trabajo y más trabajo. Es el espejo en donde debe mirarse la gente de la cantera. Si yo jugase ahora en la base blanquiazul, tendría claro mi modelo: quiero ser como Álex. Así seguro que saldrán muchos más futbolistas.