Caracterizado por un estilo efectivo y generoso en el esfuerzo, Cézary Wilk se ganó el aprecio del público asistente el pasado domingo al estadio de Riazor en la primera actuación del polaco como titular en la máxima categoría.
“Va a triunfar en el mundo del fútbol, pero si no lo podemos mandar como galán de Hollywood”. Era 13 de agosto de 2013 y Augusto César Lendoiro daba, a su manera, su particular bienvenida al primer jugador polaco en vestir la camiseta del Deportivo: Cézary Wilk. Con 27 años, el centrocampista nacido en Varsovia dejaba por primera vez el fútbol de su país, y lo hacía en dirección a una liga de primer nivel, pero alejada de su verdadero sueño: disputar la Premier League.
Admirador del Chelsea de José Mourinho, Wilk heredó en su infancia la pasión por el deporte inculcada por sus progenitores. Su padre, Slawomir –ciclista en su juventud-, y su madre –gimnasta-, dejaron en el libro de familia un sello que nunca dejó de tener continuidad. El recuerdo de las tareas de corresponsal de Slawomir en los Juegos Olímpicos de Sidney 2000 marcó para siempre a un Cézary que el pasado domingo, ante el Valencia, volvió a enfundarse un mono de trabajo sin lustre, pero que guarda tras de sí dos décadas de superación en el mundo del fútbol que comenzaron con un rechazo por cuestiones de edad.
Con siete años Wilk probó suerte en el Hutnika, un modesto conjunto de la capital polaca cuyas instalaciones se hallan en el distrito de Bielany, al noroeste de la ciudad. Sin embargo, el intento inicial, impulsado por su padre, encontró una respuesta tan positiva como inesperada al buscar hueco con posterioridad en las categorías inferiores del Polonia Varsovia, donde la figura de Piotr Strejlau fue clave para que el batallador futbolista centroeuropeo comenzase a dar sus primeros toques de balón con niños tres años mayores que él.
Curiosamente, en una urbe donde el Legia –principal club del país y sempiterno rival del Polonia- cuenta con la mayoría de los apoyos, Wilk inició su camino a la élite en la calle Konwiktorska, donde se encuentra el estadio de un conjunto que tras años de una errática administración económica y un descenso administrativo al sexto nivel de la competición busca, paso a paso, volver a la Ekstraklasa polaca. Mientras tanto, a sólo cinco kilómetros del feudo donde se crió futbolísticamente Cézary Wilk, el Legia sueña con reverdecer laureles dominando la liga nacional y tras tocar con la punta de los dedos la clasificación a la fase previa de la Champions League con una polémica eliminatoria ante el Celtic de Glasgow.
Wilk, que manifestó públicamente en varias ocasiones que no llegaría a enfundarse la zamarra del eterno adversario, mostró la misma determinación al apostar por su futuro en el fútbol profesional. Rechazó con 19 años una mejor oferta económica del Polonia, aceptó embarcarse en la aventura del Korona Kielce, se fogueó en el humilde LSK Lódz y tras volver a la ciudad minera ayudó al conjunto sureño a volver y a consolidarse en la máxima categoría, ganándose un billete de vuelta a orillas del Vístula, pero en dirección a Cracovia. Concretamente al Wisla.
Con Gennaro Gattuso como ídolo futbolístico y AC/DC de referente musical, el tranquilo mediocampista de Varsovia dejó de ser un simple destructor de juego con el holandés Robert Maaskant en el banquillo, tardó cinco meses en llamar la atención del seleccionador nacional Franciszek Smuda y apenas un año y medio en portar el brazalete de capitán de un clásico en reconversión que abandonó en silencio en el verano de 2013 tras promesas incumplidas de la directiva. Así, sin aspavientos ni florituras, Wilk encontró en A Coruña un pequeño hueco para su pragmatismo, una característica muy valiosa que el domingo le regaló el aplauso de un público que gusta de la picardía, pero no menos de la sencillez en la zona ancha.