Una afición que vivió siete años sin ilusión, sin objetivos; pero una afición que acabó descendiendo unida a su equipo. La ‘maruxía blanquiazul’ que resurgió la temporada pasada permanece en Segunda División. Y ahora el Deportivo vuelve a ganar.
Han pasado cerca de diez años de la final que el Deportivo ganó al Real Madrid en el Santiago Bernabéu y pronto pasarán doce desde la consecución del título de Liga con los goles de Donato y Makaay. Casi ocho años desde aquella noche de mayo en la que se truncó el sueño europeo de los gallegos en una semifinal de Champions. Fue el punto de inflexión de un equipo que jugaba con fuego en el aspecto económico temporada tras temporada. Aquel partido contra el Oporto cerraba una época gloriosa repleta de laureles y títulos.
El paladar del aficionado coruñés se había acostumbrado al buen fútbol. A las goleadas, las heroicas remontadas, a los partidos de tú a tú con los grandes del continente. Duelos con colorido, de máxima tensión, con el estadio de Riazor hasta la bandera. La parroquia herculina se había acostumbrado a ver en directo a Pirlo, a Del Piero, a Shevchenko, a Henry o a Giggs. A ver a estas estrellas sufrir y perder contra su equipo. Se acababa el Súper Dépor, el Euro Dépor y demás connotativos positivos de un conjunto que portaba unos colores azul y blanco que ya amaba medio mundo.
La parroquia herculina se había acostumbrado a ver en directo a Pirlo, a Del Piero, a Shevchenko, a Henry o a Giggs. A ver a estas estrellas sufrir y perder contra su equipo.
La temporada siguiente llegó la debacle del Dépor de Irureta, le siguieron dos años del ‘otro fútbol’ de Caparrós y cuatro con Lotina. Riazor vivió una transformación: de las repletas gradas en tiempos de Champions al tercio de entrada. No había fútbol que ver más que el del rival -con madridistas y culés celebrando los goles de su equipo como Pedro por su casa-, la tensión competitiva era inapreciable y la inmensa mayoría de encuentros terminaban sin detalles evidentes de calidad balompédica por parte de los suyos. El Dépor había perdido tirón hasta en su propia ciudad.
Todo cambió el año pasado. Con el equipo jugándose la permanencia en Primera División las aguas del deportivismo volvieron a su cauce. Una ola blanquiazul inundó A Coruña; banderas en las ventanas, los aledaños y las gradas del estadio repletas de ilusión rebrotada o la vuelta a las calles de las famosas hormigoneras eran síntomas claros de esa evolución. Y surgió entonces un cántico entre la afición. “Ser de los que ganan es muy fácil… ser del Deportivo nos parece mejor”. El deportivismo había vuelto. Para quedarse.
Una afición que se desplaza, que sigue al equipo, que confía en él, que no se rinde.
Las lágrimas del descenso empañaron e impidieron ver la luz al final del túnel. Esa luz que está viendo ahora el aficionado blanquiazul, con su equipo líder al término de la primera vuelta y demostrando una mayor solvencia cada partido. Con un entrenador de carácter, de raza y con una plantilla amplia y equilibrada en todas sus líneas. Pero lo más importante, con una afición ilusionada y comprometida. Una afición que se desplaza, que sigue al equipo, que confía en él, que no se rinde. Todavía quedan 21 partidos para culminar la gesta, el Deportivo y Riazor merecen volver a la élite. Los cerca de 25.000 abonados se merecen esa recompensa. “Ser de los que ganan es muy fácil… ser del Deportivo nos parece mejor”. Ahora, el Deportivo también gana.