Nueva columna de opinión de Eduardo Caridad, en esta edición sobre la visita del conjunto de Luis Enrique a Riazor.
No dejo de escuchar estos días previos a la visita del Barcelona a Riazor que lo máximo que podemos conseguir es un empate. Hay deportivistas que lo dan por bueno o por muy bueno. Incluso llegan a mis oídos cosas como que una derrota con honor sería un buen bagaje contra el equipo de Luis Enrique. Hay temor a que el Barça nos meta un meneo como el que nos dio el Real Madrid esta temporada. Lo entiendo, pero la verdad es que no lo comparto.
No puedo sumarme a la opinión de que nosotros mismos nos amputemos la victoria, como si fuese imposible dada la entidad del rival. Y mucho menos dar por aceptable una derrota. Eso ya es impensable.
El derrotismo no vale, para mí, en ningún ámbito de la vida. Y, por extensión, no tiene cabida en la máxima competición. El Deportivo es un equipo de Primera División de pleno derecho. Y juega la misma competición que los demás. Aquí no existe la tan manida ‘otra Liga’. Es más, ganarle al Barcelona tendría un efecto multiplicador en lo que respecta a la fe tanto del jugador como del aficionado.
Salir al campo pensando en un empate es salir ya derrotado. Para este tipo de cosas existe el deporte: para superar murallas que parecen infranqueables, para que no ganen los que más dinero tienen, para ilusionarse durante toda la semana con lo bonito que sería que el domingo celebrásemos el derrotar a los culés…
Y sí, soy consciente de que la época dorada del Depor se acabó hace mucho tiempo. No vivo en utopías ni en quimeras y sé que el tiempo en el que les mirábamos de frente se acabó hace tiempo. Pero no estar a su altura no significa que debamos agachar la cabeza ante los Messi, Luis Suárez, Neymar y compañía. Es más, debe ser un acicate para que los jugadores y los aficionados saquen lo mejor de sí mismos.
Para gozar de este tipo de partidos estamos en Primera. Y disfrutar en su máxima expresión. Incluso con la ilusión de ganar. Paladear esa sensación… Eso es fútbol.