Con los incompresibles horarios y falta de planificación, el aficionado ha vuelto a poner el grito en el cielo. ¿Acaso esperaban otra cosa más que un despropósito?
La España futbolística está marchita y desvencijada, lastrada por el entorno y hundida por sus dirigentes, sin un euro en los clubes que mantienen el circo alrededor de los gigantes patrocinados y con el poder entregado no ya solo a un operador de televisión, sino a una guerra feroz, de traiciones e ilícitos, entre dos grandes tiburones del mercado que, casi sumidos en la insolvencia, quieren comerse a mordiscos un pastel que cada día parece menos apetitoso. Como muestra de la absoluta falta de autogestión, nos vienen económicamente impuestos estos horarios que condenan jugadores, clubes e hinchas. Demenciales y perjudiciales, en todo caso, para los que sustentan este negocio: los aficionados. ¿O quizá no? Los horarios los marcan las televisiones y éstas operan en base a la audiencia y beneficios, así que tal vez haya que expiar culpas propias y no siempre señalar al sistema. Blanco y en botella: tenemos lo que nos merecemos, vaya.
Como quiera que sea, no se advierte un futuro mejor. Y más aún teniendo en cuenta esa debilidad de los órganos gestores, entregados a intereses mercantilistas y con una falta de autoridad que roza lo hilarante. Por eso no puede más la LFP que continuar con sus decisiones partidarias y su ‘sigue echando mierda debajo de la alfombra que aquí no pasa nada’. Hasta que pase, claro. Porque, precisamente, no se toman las decisiones con eficacia germana ni rigurosidad británica; dos ligas, la alemana y la inglesa, que han adelantado hace mucho tiempo a un campeonato español que no es sino mero reflejo del estado y la sociedad del país. Impagos entre clubes, a jugadores y proveedores; arcas vacías, argucias legales y fantasiosa economía de malabares; talentos exiliados, falta de patrocinadores e incluso una progresiva disminución de la afluencia a los estadios salvando ciertas excepciones. ¡Qué explote –de nuevo y peor que nunca- todo de una vez!
En este contexto, a medio camino entre el caos, la implosión y la sostenibilidad mediante finos y delicados hilos, arranca un Deportivo que se ha valido de la coyuntura existente para darla traslado a su favor y armar un equipo verdaderamente competitivo a coste cero y sin altos salarios. Y, al fin y al cabo, es lo que acaba por importarle al aficionado y a los gestores, a los hinchas y a los periodistas: este fin de semana se acaba todo, porque todo empieza. La anestesia general volverá y los pensamientos se centrarán en los objetivos de cada club más que en su supervivencia, mejora o evolución. No habrá cambios porque la ilusión no se roba y porque en la alfombra todavía hay sitio. Sigamos enterrando. Nada importa, la pelota se pone en marcha. Y la pelota, la pelota no se mancha.