«Lo que yo le aconsejo es que entrene aquello que no le sale». A Sabin Bilbao le acompaña un aura de sencillez. El exjugador del Deportivo de La Coruña que ascendió a Primera el año del meigallo podría ser el vecino del quinto con el que uno se cruza cada mañana en el ascensor. También el tendero de la tienda de la esquina, esa tienda de siempre. Y ni así es sencillo descubrir su identidad, porque Sabin, que ahora regenta una panadería en la céntrica calle Juan Flórez y sigue de cerca la carrera de su hija María en el mundo del patinaje artístico, conserva su pragmatismo de siempre.
No se cortó la mecha del deporte en la casa de los Bilbao, donde el balón ha perdido peso en las conversaciones frente a coreografías y los entrenamientos que llevan a María varios días de la semana a Carral. Allí, en una pista municipal habilitada de forma gratuita por el Ayuntamiento, avanza el proyecto del Club de Patinaje Alquimia. Y María, que comenzó a deslizarse sobre las pistas con apenas tres años y ahora ya ha cumplido la mayoría de edad, forma parte de su presente y también su futuro: «Gané las cuatro últimas ediciones del campeonato gallego, y ahora entreno a niñas para que en un futuro puedan competir en el Nacional».
Todo fluye rápido en la vida de los patinadores. Una actuación en pos de una medalla dura lo que la canción de un disco: apenas tres minutos. Y la trayectoria de un profesional no suele estirarse más allá de los 25 años. «Que se llegue a esa edad ya es una barbaridad, porque estarías compitiendo como un veterano», asevera su entrenadora, Marta López. Alquimia es, desde 2004, su semilla para lograr que esta disciplina logre ganar peso en Galicia, donde ya deslumbran otros nombres como la santiaguesa Nadia Iglesias. Pero el proceso es largo, los medios materiales y económicos aún no abundan y los sacrificios todavía son invisibles de cara al exterior.
«Mis patines valen casi 800 euros», señala María. Es la punta de un iceberg al que deben sumarse los desplazamientos para entrenar, y a veces para competir al otro lado de la Península. Salvo en Barcelona, centro neurálgico del patinaje en España, en el resto de ciudades aún se suda tinta china para encontrar patrocinadores. La madre de María llegó a intentarlo en la empresa donde trabaja, pero la propuesta no prosperó. Así que, muchas veces, son los propios organizadores de los campeonatos los que ayudan a encontrar alojamiento o directamente ofrecen sus casas para compartir.
Fue lo que ocurrió durante el V Campeonato de España de Patinaje Artístico en la modalidad de ‘Solo Danza’, celebrado en Fuengirola a finales del mayo pasado. Allí, en la costa malagueña, María se colgó su primera presea a escala nacional. No fue un premio cualquiera. Siempre quedaba entre las diez mejores, pero se le atragantaba el salto al podio en su especialidad cuando se competía con el resto de autonomías. Logró la de bronce tras llegar a la cita con una tendinitis en las rodillas. «No iba con expectativas de nada. Iba a salir de las últimas, y no sentí la presión. Mi madre me dijo: «Disfruta del campeonato y, lo que llegue a mayores, pues fenomenal». Me puse los cascos cuando empezó mi categoría, y así no vi a nadie hasta que llegó mi turno».
No es la ansiedad una cuestión cualquiera. Quizá sí desde una grada, a ojos de quien no compite. No sobre la pista y desde el banquillo. Cualquier vaivén brusco, como un cambio de entrenador o un parón en la preparación, rompe la dinámica de un deporte donde pesa, y mucho, el trabajo diario. Lo explica su mentora, que también se calzó los patines para pelear donde María lo hace ahora: «Para conseguir nivel necesitas mucha dedicación. En la adolescencia siempre cuesta más, como cuando das el salto de junior a senior, de los 17 a los 18. Ella, por como es, se autopresiona en la competición, donde te juegas todo en apenas un par de minutos. A veces, le traicionaban los nervios y ahora ha madurado mucho».
Marta señala que, a su juicio, «quien ha convivido con deportistas o los tiene en su familia asume un nivel de compromiso diferente al resto». María suscribe su teoría: «Yo ahora veo a niños que, con 17 años, prefieren salir de noche a descansar para un entrenamiento. Si tengo uno el domingo a las diez, no me planteo bajar el sábado». Sabin, sentado en la mesa de una cafetería y buscando permanentemente un segundo plano, recalca que «ella sabe en qué falla y en qué no. Cuando tiene tiempo libre, va con música a patinar sola. No demasiado, por si se lesiona». Tras aceptar posar para la cámara, y en un arranque semejante al del Arsenio Iglesias que le dirigió, sentencia en voz baja: «Esto es rutina, valorar el proceso del entrenamiento. Y para llegar a algo tienes que sacrificarte».