Cada día parece más claro que el fútbol es caprichoso por naturaleza. Borja Fernández, un futbolista que llegó esta temporada en uno de los culebrones más extraños del verano, liquidó un derbi emocionante y absolutamente vibrante.
Nadie podía imaginar un desenlace así. Cero a dos con suficiencia, reacción celeste tras los cambios en el Dépor, y un gol increíble en la última acción del partido.
Mientras el deportivismo suspiraba por la permanencia de Rubén Pérez en el conjunto blanquiazul, Ángel Torres y Augusto César Lendoiro intercambiaban cromos a última hora. Rubén Pérez, con un papel residual en el Getafe, ve como se esfuma un año en el que no ha crecido como futbolista y, salvo milagro, se perderá los JJOO. A Coruña llegó Borja, un jugador que no despertaba la confianza de la afición, tras tener un papel más que secundario en el Getafe.
A Borja le ha costado entrar. Llegó lesionado y vio como Jesús Vázquez era el elegido por Oltra para su posición. Los problemas de Vázquez obligaron a retocar el centro del campo, y el técnico valenciano dio con la tecla utilizando a la pareja Bergantiños-Domínguez. Borja se ha acostumbrado al rol de saltar al campo en la segunda mitad para sujetar partidos. Sin destacar, pero siempre cumpliendo, el jugador gallego será recordado por su gol en Balaídos. “Pensé que yo era el gafe”, llegó a declarar nada más finalizar el partido. El ourensano logró el tanto soñado por cualquier deportivista, que durante noventa minutos, atravesó diferentes estados de ánimo. Los nervios previos a un derbi se tornaron en optimismo tras el gol de Riki. La alegría se multiplicó por dos cuando Lassad batía a Yoel. La euforia dio paso a la emoción que puso De Lucas, y al cabreo cuando Catalá machacó la red deportivista. El gol de Borja convirtió el miedo y la incertidumbre en la mayor sensación de alegría que ha vivido el deportivismo en el 2012.
La celebración de ese tanto refleja a las mil maravillas lo que es el deportivismo a día de hoy: una comunión perfecta y cómplice entre afición y plantilla. Es el fútbol con sentimiento, el instante donde nadie se acuerda de los momentos complicados y donde la gente que, con mucho esfuerzo, recorre kilómetros cada fin de semana con su bufanda blanquiazul al cuello y su camiseta con el escudo del Dépor, estalla de alegría cuando ve a los suyos festejar un triunfo de ese calibre en Balaidos.
Borja cerró la boca de todos aquellos que criticaron su llegada a nuestro equipo. El domingo triunfó colectivo, pero el premio gordo se lo llevó un secundario, un jugador que no está acostumbrado a las alabanzas y a los elogios. Es lo bonito del fútbol, lo maravilloso de un mundo asociado cada vez más con la palabra negocio. Sin embargo, momentos como el de Borja ayudan a desterrar ese negocio y colocan en primer plano a los aficionados y a una pasión inquebrantable por el color blanquiazul.
Gracias, Borja.