El calendario establece que este fin de semana se produzca el segundo parón en las principales competiciones ligueras, por lo que todos los equipos afrontan una jornada de descanso. Pese a haberse convertido en algo habitual con el paso de los años, estos recesos en la competición siguen suponiendo para técnicos y jugadores unas semanas atípicas en cuanto a su preparación y trabajo diario. Sin embargo, los equipos afrontan estos parones de formas muy distintas en función de cual sea su situación en la clasificación y el ambiente que se respire en su entorno.
Hace exactamente un año, el Deportivo llegaba al segundo parón liguero inmerso en una profunda crisis tanto de juego como de resultados. Tras la disputa de siete jornadas, el cuadro herculino sólo contaba con cuatro puntos en su casillero y era el conjunto con más goles encajados, unos números que lo convertían en el farolillo rojo por méritos propios.
Los partidos iban pasando y la tan esperada y anunciada mejora en las prestaciones del equipo dirigido por Víctor Fernández no se vislumbraba. Más bien todo lo contrario. La victoria en Ipurúa — única hasta aquel entonces— había resultado ser todo un espejismo y, lejos de suponer el despegue en la nueva andadura de los blanquiazules en Primera División, dio paso a cuatro derrotas consecutivas, todas ellas a cual más dolorosa.
Si los resultados eran malos, las sensaciones que transmitía el Deportivo sobre el césped por momentos eran incluso peores. Nada parecía tener visos de poder llegar a funcionar. Lux —uno de los principales artífices del ascenso— se mostraba inseguro en cada balón que merodeaba el área, la defensa carecía de la más mínima solidez, el centro del campo no era capaz de crear fútbol ni de destruirlo y arriba la falta de pegada resultaba evidente.
Cuando un equipo se ve envuelto en esta dinámica, el nerviosismo no suele tardar en apoderarse de los aficionados y demás entorno, y el caso del Deportivo no iba a ser una excepción. Ningún estamento del club salía bien parado en la búsqueda de los responsables de la situación que atravesaba el equipo. Se había abierto la veda y todos estaban señalados.
Los jugadores eran criticados por su aparente falta de actitud durante muchas fases de los partidos. La directiva arrastraba el malestar creado por la inesperada destitución de Fernando Vázquez días antes del comienzo de la pretemporada y por una defectuosa planificación de la plantilla, responsabilidad esta última por la que también se señalaba a la secretaría técnica. Hasta se ponía en duda la labor de unos servicios médicos incapaces de lograr la pronta recuperación de jugadores que se consideraban claves como Lucas Pérez, inédito hasta ese momento.
Todos estos factores hicieron que durante aquel parón empezase a cobrar fuerza el rumor de la posible destitución de Víctor Fernández. El partido ante el Valencia tomó tintes de ultimátum para un técnico que en ningún momento llegó a conectar con la grada de Riazor. Su pasado como entrenador del Celta, la alargada sombra de un campechano e impulsivo Fernando Vázquez y, sobretodo, el mal juego y los malos resultados despertaron en la directiva presidida por Tino Fernández las primeras dudas sobre su continuidad.
Un año más tarde todo parece haber dado un giro de 180º y el Deportivo disfruta del parón liguero en unas condiciones que parecen poco menos que idílicas. Sexto clasificado y en puestos europeos, los blanquiazules demuestran ser un equipo competitivo y capaz de plantarle cara a cualquier rival, incluso con muchas fases de buen fútbol. En el banquillo está Víctor Sánchez del Amo, querido por los aficionados y que está logrando sacar lo mejor de sí a una plantilla confeccionada con más criterio y menos prisas que la pasada campaña, en la que sobresale la figura de un Lucas Pérez en estado de gracia. Hasta la preocupación por la delicada situación económica ha pasado a un segundo plano. La ilusión ha vuelto a Riazor, y ojalá sea por mucho tiempo.