El 6 de marzo de 2002 es, de forma indiscutible, uno de los hitos clave en la historia blanquiazul. Pero –ocurre siempre– si esa fecha está marcada de forma especial en el calendario deportivista es porque antes se recorrió un camino. Luanco, León, Hospitalet de Llobregat, Valladolid y Figueres. Una trayectoria con cinco paradas antes de llegar al Paseo de la Castellana. Una senda favorecida por la ‘alianza’ con el bombo –un equipo de Primera y cuatro de Segunda B–, pero que, aún así, el equipo entrenado por Javier Irureta solventó con muchas dificultades.
Todo comenzó ante el Marino, en Miramar. En tiempos en los que las dos primeras rondas se disputaban a partido único en el equipo de menor categoría, era habitual ver a los grandes, con alineaciones repletas de suplentes, sufrir en campos modestos ante equipos ultramotivados. Se adelantó el conjunto local en el primer cuarto de hora del encuentro y solo fue el Dépor capaz de remontar cuando los asturianos se quedaron con diez por expulsión. A partir de ahí, el engranaje herculino comenzó a funcionar y los goles de Pandiani (2), César y Víctor. Primera fase, superada.
Tres semanas después, el Dépor visitó a la Cultural Leonesa siendo el líder de Primera. Tampoco fue sencillo. Partido áspero y bronco, sin un gol en los primeros setenta minutos. En ese momento, Ibáñez adelantó a los leoneses, amenazando seriamente la participación del Deportivo en la Copa del Rey. Tuvo que emerger la figura de Diego Tristán, el delantero ‘de moda’ del fútbol español, que había relevado a Pandiani. El ‘9’ anotó dos goles para meter al Dépor en la siguiente ronda. In extremis, pero el Dépor esquivó el obstáculo en el Antonio Amilivia.
Y de León a Hospitalet. En una eliminatoria que pasaría a la historia de la Copa del Rey por la incomparecencia del club catalán, indignado con la postura del club coruñés, contraria a jugar en césped artificial. Y como la ley daba la razón al Deportivo, la Federación fijó el estadio para el Mini Estadi. En un ataque de orgullo, después de llamar de todo a los jugadores, cuerpo técnico y junta directiva deportivista, el presidente ordenó a su equipo no presentarse. Dijo que solo jugaría la eliminatoria si se lo pedía el Rey en persona. El monarca ‘pasó’. Y el Dépor también, pero a cuartos de final.
Allí tocó visitar Valladolid, aunque después del partido de ida en Riazor, donde el club coruñés encarriló la eliminatoria. Capdevila y Makaay anotaron en un partido que desniveló la entrada de Aldo Duscher tras el descanso. El marcador (2-0) era una buena renta para visitar las tierras castellanas, pero el club pucelano consiguió darle la vuelta gracias a los goles de Fernando y Mario. Y la eliminatoria, a la prórroga. Allí el Dépor consiguió el billete para las semifinales, después de acabar con nueve, basando la clasificación en un gol de penalti de Diego Tristán. “El Dépor es un cadáver futbolístico”, rezan algunas de las crónicas tras aquel partido, pese al éxito logrado, en el que el club coruñés atravesaba una preocupante racha.
En semifinales, tres eran los posibles rivales del Dépor: el Real Madrid, que ese año terminaría proclamándose campeón de la Champions League, el Athletic y el sorprendente Figueres. Fue benévolo el sorteo con el Dépor y escogió la ciudad catalana como el lugar de paso hacia Madrid. En la ida, en territorio catalán, un tempranero gol de Tristán decantaba rápido la eliminatoria hacia los coruñeses. Fue el único tanto en un aburrido partido que acercaba al Dépor al sueño. José Manuel volvió a anotar en el comienzo de la vuelta y Piti empataría en el 93, dejando al modesto club a un solo gol de alcanzar el sueño. “Sí, sí, sí. Nos vamos a Madrid”, se gritaba en las gradas de Riazor…
Borja Ponte