Es miércoles. A Coruña amanece nublada y los comercios más madrugadores empiezan a levantar verjas, persianas y a abrir sus puertas. En uno de los últimos días de invierno, el frío acecha a primera hora mientras los periódicos comienzan a llegar a los bares y cafeterías donde la gente disfruta de su primera tertulia a la hora del desayuno. Hay emoción, hay nervios, pero es complicado. Todos hablan del sueño de la victoria, de ganar al mejor club del mundo en el día de su centenario. “No, sería demasiado perfecto”, dicen unos; “tampoco estaría mal ser subcampeones”, dicen lo más humildes, pero en el corazón de todos existe una confianza en un equipo que ya ha hecho realidad sus mejores sueños y al que, desde hace tiempo, no ponen límites.
El día empieza con el trabajo rutinario de cada jornada. Los niños gritan y juegan en el colegio y los más mayores pasean por Los Cantones y Méndez Núñez. La playa está llena de perros con sus dueños y el Paseo Marítimo acoge a los más deportistas. La ciudad herculina no tiene ni idea de lo que le espera esa noche. Pocos adornos, poca parafernalia, muy diferente al de importantes citas pasadas y al de emocionantes fechas futuras. Hay confianza, sí, pero todo parece estar aliado con un rival que ya tiene su fiesta preparada.
A la hora de comer, todos pendientes del telediario. La crisis del PP y el gran calado del PSOE poco importan a los coruñeses que, ausentes por un día del resto del mundo, celebran la llegada de los deportes. Breves entrevistas con Fran, Valerón, Jabo… Los jugadores hablan poco y no se consideran favoritos, mientras que el míster apuesta por mantener la filosofía. Ante el televisor, los hinchas esbozan sonrisas inquietas y el estómago empieza a moverse, consciente de que el de esa noche no es un partido más.
La tarde transcurre lenta. Las clases duran una eternidad para los más jóvenes y los adultos ya hablan menos de lo normal. Además, la ciudad esta coja porque cerca de 20 mil valientes han querido presenciar en primera persona tan importante cita. Toda A Coruña los apoya, aunque algunos piensan que ha sido una locura.
Muchos locales cierran antes de tiempo, hay que concentrarse. Los aficionados intentan matar el tiempo, de nuevo, con la televisión, que se lo pone más difícil con su especial sobre el partido. “Que llegue ya”, piensan. Y por fin, tras lo que parecieron ser diez años de espera, suena el pitido inicial.
Con las calles de la ciudad completamente vacías, las familias se juntan en sus casas. Al poco de empezar, marca Sergio y los gallegos dominan. Otra vez, marca Diego y los gallegos dominan. El conjunto blanco está a merced de los blanquiazules, aunque consigue recortar distancias en la segunda parte. Los últimos minutos parecen durar más que el resto del día. De pronto, el árbitro señala el final. Lo han logrado.
Las lágrimas de emoción, los abrazos y los besos se juntan con las prisas por ir a Cuatro Caminos. Una vez en la fuente, A Coruña suelta todo lo que se había guardado. El Dépor había ganado al Real Madrid el día del centenario merengue en la final de la Copa del Rey. Era demasiado perfecto, sí, pero era real. A pesar de que hay que madrugar, los hinchas prolongan la fiesta durante toda la noche, conscientes de que será complicado que en la historia del club vuelva a haber un 6 de marzo tan especial, un día del que no quieren salir, un día para llorar, para reír y, sobre todo, para recordar.
Jorge García