En todos los finales de Liga pasa algo similar cuando el equipo de tu alma se está jugando su objetivo de la temporada. En los últimos meses de competición disputas un partido decisivo cada jornada, pero no solo en tu campo si no también en todos aquellos donde juegan tus rivales directos. El deportivismo entero se pasó las últimas 10 jornadas -o 20- mirando qué hacían Almería, Elche, Levante, Eibar y Granada en sus encuentros, sin perder de vista un posible milagro del Córdoba.
Alguna jornada había que estar pendiente de la mitad de los partidos de Primera División y eso fue un auténtico suplicio para una hinchada que empieza a coger callo en el sufrimiento. En la memoria, los dos descensos en los dos últimos años en Primera. Esto ya no es ‘seguir a tu equipo’, es ‘sufrir por tu equipo’. Por eso la alegría en el Camp Nou fue mayor.
Supuso el premio para una afición que se lo merecía enormemente, una afición que ha aguantado estoicamente durante muchas temporadas en las buenas y en las malas y que en los últimos cinco cursos ha sufrido las bofetadas que a veces da el fútbol. La hinchada del Dépor ya sabe qué significa que las cosas no salgan bien, ya sabe qué significa sumar más derrotas que victorias y sabe qué significa que tu equipo se haya ido convirtiendo en un modesto de la categoría. Pero, como reza el cántico, ésta es una afición que nunca se rinde y que espera que en algún momento reverdezcan los laureles de tiempos pasados. O al menos poder escapar de tanto sufrimiento.
Dani Méndez.