El Deportivo sufrió en Balaídos una dolorosa derrota ante el Celta B en un partido marcado por tres partes muy diferenciadas. El plan inicial de Borja Jiménez salió mal y el Dépor sufrió una bofetada de la que se repuso volviendo a lo que siempre le funcionó. Le valió para empatar y cuando la remontada parecía cerca, el equipo se quedó con uno menos por una polémica expulsión. Fue buena la defensa en inferioridad del cuadro herculino, pero un golazo de Javi Gómez le negó al equipo coruñés el irse, al menos, con un merecido punto de Vigo.
Un experimento fallido
Llegaba al duelo con numerosas bajas Borja Jiménez y recurrió a una defensa de tres centrales con el zurdo Diego Aguirre de carrilero derecho. Por dentro, Bergantiños y Villares estaban acompañados de Juergen Elitim, más tirado hacia el sector derecho, y Soriano, siempre en la izquierda.

Pero el plan no funcionó. La intención de ser directo cada vez que robaba se quedó en eso, en intención. Y en el ataque posicional, el conjunto herculino sufrió para construir. Prefería evitar salir por dentro y tan solo las apariciones de Elitim y Soriano en los costados entre líneas le empezaron a dar aire algo de aire al equipo para mirar hacia delante.
Pero más allá de las dificultades con balón, el problema estaba sobre todo en la fase de no disposición. El Dépor presionaba en una estructura cercana al 4-4-2 con Villares y Bergantiños intentando encimar a Holsgrove y Carbonell. Sin embargo, la atracción de los dos centrocampistas provocaba que el Celta tuviese vía libre para conectar con Fabricio y Miguel Rodríguez, dos diablos que volvieron locos a los tres centrales del Dépor.

Una vez el filial progresaba, Aguirre se incrustaba en la defensa y el dibujo se convertía en algo más parecido a un 5-4-1. En la teoría, válido para tapar las bandas. En la práctica, no. Porque el Celta B tenía la fluidez suficiente como para circular y encontrar a sus laterales abiertos y desplegados. A ellos no llegaban Elitim ni Soriano, demasiado metidos dentro para ayudar al doble pivote, pendiente del par de mediocentros rivales pero con las espaldas descubiertas.
Y a partir de esa superioridad por banda, el Celta B generaba peligro. Los ‘falsos extremos’ Soriano y Elitim no abarcaban. Javi Castro y Pampín llegaban sueltos. Y en una de esas acciones, llegó el gol. El madrileño llegó a inquietar a Castro, pero el Dépor defendió mal el área pese a su superioridad numérica y Fabricio se anticipó a Jaime Sánchez. Lejos de ser una acción puntual, el 1-0 fue consecuencia de una dinámica de juego. Se veía venir.

Juergen y Soriano, titiriteros
El Dépor no solo sufría en todas las fases, sino que estaba en desventaja. Y Borja Jiménez dio marcha atrás. El técnico elevó la altura de Aguirre y liberó a Juergen Elitim. Y con el colombiano sin cadenas en la derecha, el equipo coruñés recuperó el dominio. Junto al ‘6’, Soriano cogió las riendas. Ambos fueron los titiriteros que movieron los hilos de un Deportivo que encontró la fluidez.

Elitim comenzó a pedir la pelota mucho más abajo, algo que hizo que Villares pudiera coger más altura. Los tres centrocampistas del Deportivo se empezaron a escalonar mejor. Y además, con la zurda del sudamericano recibiendo pronto, el cuadro de A Coruña ganó esa solvencia en el segundo pase para progresar.

Pero si Juergen aparecía por un lado, Soriano lo hacía por el otro. Algo más alto, pero siempre detectando el espacio entre el cuadrado entre el mediocentro, el extremo, el central y el lateral. Mario se hartó de recibir una y otra vez en ese intervalo gracias a la fijación de un Héctor que, en ataque, daba amplitud y profundidad por la izquierda del mismo modo que Aguirre y se convertía en extremo. De este modo, el nuevo 4-3-3 teórico del Deportivo en fase ofensiva era tremendamente móvil. Y eso desconcertaba al Celta B.

La posibilidad de asentarse en campo rival permitió que Juergen tomase, definitivamente, el rol de protagonista en la ofensiva. Elitim se descosió de la derecha y empezó a aparecer por todos lados. El colombiano encontraba a Soriano y cuando ambos se asociaban, generaban ventajas pese a su teórica inferioridad numérica. Eran los titiriteros que movían los hilos del equipo.
El Dépor era otro. En realidad, volvía a ser el de siempre. Controlador, pero no lento. Con óptimas distancias y alturas para generar líneas de pase y movilidades. Los habituales triángulos regresaron. Y el equipo llegaba al área. Faltaba el gol y se lo dio la entrada de un William De Camargo que aprovechó esas ventajas hasta provocar el error definitivo del Celta B en forma de penalti.
Trinchera… sin antimisiles
Con el viento a favor, la remontada parecía una cuestión de tiempo. Pero llegó la rigurosa expulsión de Quiles. Y con ella, el Dépor debió mutar. El equipo herculino cedió la pelota a su rival y se atrincheró en un bloque medio totalmente pasivo que pasaba a ser bajo en cuanto el Celta B ganaba metros.
El equipo coruñés se fiaba a la solidez de su 4-4-1 y a que De Camargo, reconvertido a único delantero, cazase alguna al espacio. No lo hizo el brasileño. Pero al menos, el Deportivo no sufría. Primero, con Elitim y Soriano en las banda. Luego, con el colombiano en la izquierda y Villares en la derecha para dejar sitio a las piernas frescas de Calavera junto a Bergantiños.

Interpretó bien la situación el centrocampista catalán, encargado de saltar e ir a acosar a Carbonell para que no jugase fácil hacia delante. Mientras, Bergantiños era el guardaespaldas del centro del campo y, a la vez, el soldado de vanguardia de la zaga. Disuadía los pases hacia un Holsgrove que pasó a ser mediapunta.
El Deportivo no sufría ante el Celta B bloqueado en la telaraña negra, en la que Villares y Elitim estaban óptimamente colocados para bascular y evitar que su rival progresase por fuera. Todo parecía encaminado al empate. La trinchera funcionaba, pero no estaba preparada para un misil. Se lo inventó Javi Gómez e hizo explotar la resistencia deportivista. Y con ella, un empate útil numéricamente pero, sobre todo, a nivel moral.