Llegamos a la jornada 41 y, por si fuera poco obstáculo hacerlo en la situación deportiva que lo hacemos, nos toca jugar en Elche –unos 1.000 kilómetros separan el Templo de Riazor del estadio Martínez Valero-, en domingo y a las 8 de la tarde. ¿Alguien da más para poner complicado al aficionado deportivista un viaje a un partido que puede ser el principio del fin o el arranque de dos jornadas que nos lleven a lo que muchos ya ven como un oasis en el desierto, el ‘play off`?
Estoy a punto de cerrar la maleta 16 para hacer un desplazamiento esta temporada. Mucho sufrimiento al deshacer algunas de ellas a la vuelta de derrotas como la de Cádiz, Mallorca o Lugo. También alguna sonrisa: uno de los mayores placeres, ganar en El Molinón, pero, sobre todo, sentir que, al menos una vez al año, somos capaces de sentir la unión con los jugadores. Porque los 1.200 que estuvimos allí, vivimos como mágicos esos cánticos junto a ellos al acabar el partido, cuando saltaron de nuevo al campo una vez ya en el vestuario. O vencer en Granada. O en Soria…
Quizás son esos recuerdos, los buenos, los que empujen a una minoría que no va con ánimo de ser silenciosa en la grada de Elche este fin de semana, a no tirar la toalla –que nos conste desde la Federación de Peñas, 18 personas ayer jueves a última hora de la mañana-. Confieso que lloré el lunes. Durante más de 10 minutos. Hasta que el árbitro pitó el penalti. ¿Cómo íbamos a fallar un tiro que servía para alimentar la esperanza a la vez que alargaba esa incertidumbre que nos lleva hasta la angustia? Somos el Dépor, y la épica va implícita en la historia, en el escudo y en ese ADN Branquiazul que fue el lema de la campaña de abonos esta temporada. Como el sufrimiento, hasta el último segundo del último minuto.
Que se nos ha puesto en chino es una obviedad. Como también que no podemos vivir del pasado remoto. O que en el fútbol todo es posible. Los partidos hay que jugarlos, no se puede dar nada por sentado. Como hemos visto en el último mes, se puede ganar tirando una sola vez a puerta. Incluso, de penalti en el último segundo. Las cábalas, cuentas y demás casuísticas numéricas están muy bien para pasar el trance entretenido entre partido y partido, pero lo que cuenta es lo que pasa durante esos 90 y pico minutos cada fin de semana.
Hace un par de días, hablando con una persona del club, me dio la clave: “Anita, ¿tú por qué viajas?”. Me extraño la pregunta, pero me salió en seguida: “¿Yo? Por ver al Deportivo”. “Correcto, no viajas por Tino Fernández ni por Paco Zas ni por Augusto César Lendoiro, viajas por el Deportivo”. Y pueden llamarme romántica o tarada, pero seguiré haciéndolo. Si es en Primera, mejor. Pero, de momento, quiero seguir siendo de los que caminan en medio del desierto y sin cantimplora en busca de ese oasis que nos dé una bola extra.