Regresan las columnas de Dani Cancela, ex del Dépor y futbolista coruñés, enrolado en las filas del Kitchee de Hong Kong desde hace una década. En su serial titulado ‘Desde la (semi) burbuja’, nos cuenta las sensaciones que le dejó la victoria contra el Calahorra.
Puntos que no suturan
El Deportivo se enfrentó al abismo por primera vez en todo el año. En el fuero interno de cada uno de los aficionados deportivistas estaba el deseo y la confianza de que el Racing de Santander no ganase en Salamanca y el Dépor pudiera ante el Calahorra restablecer de alguna manera el orden que había saltado por los aires el miércoles con la derrota ante los cántabros. Hasta estoy seguro de que más de uno puso Footers a las doce de la mañana, y celebró el gol de Unionistas casi como si lo hubiese marcado Miku. Al fin y al cabo, la importancia era parecida.
Pero todo se torció después. El Racing cerró su semana grande ganando en casa de sus dos principales rivales por el título, y el Deportivo empezó por primera vez su partido sin el confort que supone liderar la tabla. Si a principio de temporada nos hubiesen dicho que en la jornada 24 el Dépor se pondría líder si ganaba en casa al Calahorra, a todos nos hubiese parecido bien. El problema es que la trayectoria del equipo nos ha llevado a creer, y con razón, que cualquier cosa que no sea el ascenso directo es una catástrofe, y el equipo y el entorno ha pasado en un mes de echar cuentas de cuando se proclamaría matemáticamente campeón, a sentir el miedo del que da por hecho una cosa y se la quitan de las manos.
Y con esa mochila saltó el Deportivo a Riazor el domingo. Un peso muerto sobre los hombros de cada uno de los futbolistas que se hizo patente desde el primer minuto. Sobre el papel no podía haber partido más propicio. El Calahorra era un rival de media tabla, sin aspiraciones, pero también sin urgencias. Un equipo que venía a hacer su partido pero no con el cuchillo entre los dientes. El problema, sin embargo, no estaba en el rival, sino en la cabeza de los nuestros.
Desde el principio se vio que el partido no estaba para filigranas. Por momentos me recordó mucho al equipo de la temporada pasada. Impreciso, atenazado por la responsabilidad, lento y espeso. Borja hizo varios cambios en el once pero parece que sigue sin tener claro la tecla que debe tocar para que todo fluya de nuevo. Rescató a Menudo del ostracismo absoluto, pero para ponerlo una vez mas en banda, lejos de donde se siente cómodo y de donde hizo las cosas lo suficientemente bien como para que el Deportivo se fijase en él, y siguió insistiendo con Soriano sin que tengamos muy claro lo que aporta al equipo.
Ni él ni Menudo fueron capaces de encontrar los espacios que se generaban a los costados del pivote defensivo (posiblemente el plan de partido de Borja) e incluso el sevillano, pasado de revoluciones, se llevó una tarjeta que hizo que ya no saliese en la segunda parte. Álvaro Rey, al que había mantenido incomprensiblemente los noventa minutos sobre el campo el miércoles, no jugó ni un minuto, y alguien nos tendría que explicar qué pasa con Doncel, que parece que ahora ocupa el puesto en el olvido que dejó Menudo y con Noel, que tampoco tuvo apenas minutos. En este momento, cuando las cosas se complican y vienen curvas, es cuando la labor del entrenador adquiere mas importancia. Convencerlos, hacerlos creer y que todos estén en el mismo barco es la tarea fundamental de Borja ahora mismo, aunque en ese sentido, la piña de a celebración del segundo gol, y el lenguaje corporal de la mayoría de los jugadores del banquillo me dejan bastante tranquilo.
El Dépor no tenía soluciones, pero ni siquiera tenía el control que suele tener en casi todos los partidos. Errores en circulación, pases imprecisos que provocaban pérdidas y contraataques, y una sensación creciente de que el partido se estaba poniendo muy cuesta arriba. Es increíble lo que cambia el fútbol y lo importante que son los estados de ánimo y la confianza en el rendimiento de un futbolista.
Sin embargo, esta vez el fútbol le devolvió al Deportivo un poco de lo que le había quitado sobre todo en los partidos de Logroño y contra el Real Unión. Si esos días se generó fútbol y ocasiones suficientes para lograr una victoria que no se produjo, el domingo el equipo se encontró con dos goles casi de la nada. Un gol a balón parado de Lapeña (la mejor noticia de ayer más allá de los tres puntos) y un regalo del portero rival propiciado por una buena presión de Quiles, pusieron el partido franco para los blanquiazules. Lo más difícil parecía hecho. Tocaba reencontrarse con las buenas sensaciones y disfrutar de un día tranquilo y una victoria reparadora. Pero ni con esas. Una jugada muy mal defendida por Aguirre tras un centro lateral metió al Calahorra en el partido y, sobre todo, el miedo en el cuerpo a los jugadores y a la afición.
Los últimos cinco minutos, salvo un par de buenas acciones de William y de Rafa de Vicente, fueron de imprecisión y nervios y el pitido final del árbitro provocó mucho mas alivio que alegría. En estas circunstancias, tras tres derrotas seguidas, lo fundamental y casi lo único importante era conseguir los tres puntos, pero la sensación es que la herida provocada por las tres últimas derrotas todavía no está cerrada.