Hace algunos años las visitas del Real Madrid a Riazor eran sinónimo de partido grande. Un duelo en lo alto de la tabla, que la mayor parte de las veces se decantaba hacia el bando blanquiazul.
Los Deportivo de La Coruña – Real Madrid agrandaron la leyenda de futbolistas como Bebeto, Djalminha, Mauro Silva y un largo etcétecera. La atmósfera que se respiraba aquellos días en el campo de Riazor es ahora, varios años después, casi indescriptible. Ganarle al Real Madrid, uno de los clubes más poderosos y mediáticos del mundo, y convertir el feudo blanquiazul en un campo maldito para el todopoderoso rival blanco, es un mérito que no se olvidará fácilmente.
De unos años a esta parte la película ha cambiado de manera radical. De hecho, una derrota el sábado es firmar la defunción casi inmediata del Dépor en Primera División. El encuentro alcanza la categoría de final por una doble razón. La primera la expuesta anteriormente, una tropiezo supone hundirse en lo más hondo de la tabla. Pero un triunfo puede provocar ese punto de inflexión necesario para intentar poseer la más mínima opción de salvación.
Los blancos llegan a Riazor con la Liga perdida y en puertas de dos semanas donde la Copa del Rey y, sobre todo, la Champions son objetivos prioritarios para el conjunto de José Mourinho. Ésa es la baza que debe explotar el Dépor, que necesita cuajar un partido perfecto en su línea más castigada: la defensa. El día D ha llegado. Apelar al espíritu histórico de Riazor y al apoyo de una afición que una semana más estará con su equipo. Ellos más que nadie, se merecen una alegría, y esa alegría pasa por lograr el cuarto triunfo de la temporada contra el Real Madrid. Ni más ni menos.