Se acerca el partido en el Sánchez Pizjuán. Y cada vez que esto sucede -igual que cuando ellos vienen a Coruña- empieza a circular esa imagen de nuestros dos escudos de la mano con la frase «La vida nos hizo amigos. El fútbol nos hizo hermanos». Sin embargo, en los últimos años, y merced a los resultados sevillistas, observo en los grupos de WhatsApp de los que formo parte con deportivistas, que el mosqueo va en aumento.
El último ‘golpe’, el empate del Sevilla en su casa contra el Sporting de Gijón -y dejando fuera a piezas importantes en el esquema-. Un resultado, cuanto menos curioso, si tenemos en cuenta que los primeros están luchando en un mano a mano con el Atlético de Madrid por la tercera plaza mientras que, los segundos, llevan toda la temporada hundidos en la tabla. O lo que es lo mismo, estos últimos, son rivales del Deportivo.
Volvemos a la misma historia. A la de la goleada encajada ante el Granada el pasado mayo (1-4) mientras nos jugábamos la vida frente a los granadinos. Al empate contra el Leganés hace dos jornadas, también entre los señalados. O al susto que casi nos dan en El Sadar recientemente, aunque acabaron por ganar 3-4 y en Pamplona huela ya más a Segunda que a otra cosa. Solo por citar resultados de los últimos 10-12 meses, que es cuando una ha notado que ese cabreo se ha intensificado. Aunque, quizá, tan solo sea una percepción personal…
Volvemos al cabreo generalizado del aficionado blanquiazul porque se piensa que, por haber una cierta afinidad entre gradas, el trabajo en el campo está hecho.
Hay que aprender de los errores. De esos, por ejemplo, que nos costaron la derrota contra ellos en la ida. Por muy hermanos que seamos -o se pretenda ser, que, como apuntaba, el enfado va a en aumento en las últimas campañas-, si se les deja una banda para percutir una y otra vez, al final, aunque solo sea por inercia, la acaban enchufando.
Y ser conscientes de que el ocio y el negocio son dos terrenos muy diferenciados: uno puede montar un fiestón entre aficiones, demostrando los verdaderos valores del fútbol, pero los resultados no se pactan o se refuerzan yéndose de cañas o rebujitos. Esto es un juego en el que hay que demostrar en el campo que se es superior o, al menos, que se tiene una mayor efectividad. Unos y otros.
Miremos en casa en vez de intentar que sea el vecino, con el que nos cabreamos, el que venga a apagarnos una lentejas que, en los últimos años, han estado a punto de quemársenos varias veces.