Fue un desastre. Porque un equipo que todavía aspiraba al ascenso directo y tenía prácticamente amarrado el playoff, se dejó remontar una ventaja de dos goles al descanso. Un síntoma de una deficiente competitividad que solo hace acrecentar las dudas. Pero el desastre no fue solo el qué, sino el cómo.
Porque en un nuevo intento ya casi a la desesperada de probar algo nuevo para romper la pésima dinámica a domicilio, el Deportivo se entregó al descontrol. Al caos. A un partido de ida y vuelta en el que la moneda podía salir cara o cruz. Inició el partido golpeando con el azar a favor. Pero tras el descanso, a pesar de no cambiar demasiado el escenario, el primer soplido del rival lo destrozó. Tanto que colmó la paciencia con Cano.
A campo abierto
Óscar Cano apostó fuera por volver al 4-2-3-1. Y más, con la baja de Villares. El Deportivo recuperó la figura del mediapunta y le añadió un extremo fijado en la banda izquierda como Kike Saverio. Aunque más allá de la estructura, lo destacable fue la intención del equipo herculino, que pretendió ser muy vertical. Eso, unido a un Linares que también prioriza acelerar, convirtió el partido en un correcalles.
El Deportivo apostó por presionar muy arriba, emparejando prácticamente hombre a hombre y dejando libre al jugador rival situado en el carril más alejado. El problema fue que cuando en esas marcas Mario Soriano se ocupó del central en vez del pivote defensivo, el Linares encontró una superioridad por dentro con su 4-3-3 que le otorgó ventajas para progresar.

Ese desequilibrio unido a su facilidad para jugar fuera y ser muy agresivo con movimientos de ruptura hizo que el conjunto entrenado por Alberto González fuese capaz de estresar al deportivista. Tanto que generó. Mucho. Porque ante una presión alta pero incapaz de recuperar, lo encontró muy expuesto.
Pero ese plan casi temerario tenía un pro: la posibilidad de atacar de la misma manera que tu rival. El Linares se quedaba sin equilibrio defensivo a costa de buscar así la meta de Mackay. Además, sin balón no se protegía bien ni por dentro ni por fuera, el Dépor encontró la fórmula para llegar mucho a las inmediaciones de Ernestas. Olabe y sobre todo Isi ejercieron como primer receptor del pase progresivo, acudiendo a recibir pero sin necesidad de bajar a altura de centrales.

Casi siempre cómodos, el madrileño se hinchó a dirigir la orquesta encontrando las recepciones interiores de Kuki Zalazar y Soriano, que ejercían de doble mediapunta. De hecho, en uno de esos pases filtrados llegó el 0-1. Porque las apariciones de ambos fueron indetectables para el Linares, a pesar de que el cuadro jienense regalaba las bandas. Un obsequio que el Dépor también aprovechó, buscando con cambios de orientación a Antoñito y a Saverio, que atacaron en situaciones de uno para uno o en ventaja numérica al acudir rápidamente sus compañeros al apoyo.
Así, con una circulación veloz, agresiva y que soltaba a muchos jugadores al ataque, el cuadro herculino aceptó ese encuentro a campo abierto. Y a pesar de que sufrió más de lo que generó y de que no es ‘su fuerte’, se fue al descanso ganando por una simple cuestión de pegada. Una cualidad que no le había sobrado esta temporada.
Control sin k.o.
El 0-2 tan tempranero fue un golpe duro para el Linares, que se quedó grogui durante los últimos 20 minutos del primer tiempo. Un espacio temporal en el que el Deportivo rebajó algo sus líneas para no seguir exponiéndose tanto y apostó por mover algo más el balón en horizontal para hacer correr al rival.

Fue el mejor tramo del partido para el cuadro deportivista, que dirigido por un gran Isi, encontró de manera constante las vías de agua que había empezado a construir en el tramo inicial, con Kuki y Soriano recibiendo dentro y la solución exterior para abrir al rival. Sin disponer de ocasiones clarísimas, le faltó acierto en el tramo final para ampliar la renta y sentenciar -o quizá no-, el partido.
A mayores, en este tramo, no sufrió. Y no sufrió porque el Linares perdió ‘punch’. Pero también porque se expuso algo menos, con los extremos (sobre todo Kuki) muy pendientes de apoyar a un doble pivote Isi-Olabe que, en ocasiones, perdía el sitio. Porque el Dépor marcaba en zona, sí. Pero cuando un rival era posible opción de pase, el futbolista que ocupaba ese espacio se activaba para perseguir, en un marcaje que se pareció mucho a una defensa mixta. Riesgosa, pero incómoda para el rival.

Sin dar un paso atrás, pues siguió siendo agresivo aunque sin rebajando dosis de temeridad, el Deportivo perdió la oportunidad de dejar k.o. al Linares. Aunque logró colocar el partido en un escenario tremendamente propicio y cómodo para él.
Un soplido… y el desastre
El Linares 0-2 Deportivo invitaba al optimismo, sí. Pero era evidente que el equipo coruñés debía seguir manteniendo ese control. Porque si permitía al Linares crecerse y encontrar un gol, la situación podía virar 180 grados. Y así fue.
Al contrario de lo que pudiese parecer por el marcador, el Dépor no saltó al césped de Linarejos tras el descanso con la intención de meterse atrás. De hecho, su bloque en los reinicios del equipo local fue muy alto. Tanto que incluso volvió a autogenerarse inferioridades numéricas. Porque el Linares no modificó su estructura y siguió apostando por un 4-3-3, aunque con Fermín (teórico extremo izquierdo) apareciendo por zonas más interiores para fijar, junto a Samu Corral, a los dos centrales y atacar la espalda de unos Olabe e Isi que no mantenían la posición.

¿Qué fue lo que metió al Deportivo atrás? Sobre todo, su menor capacidad para asociarse. El bloque herculino empezó a jugar más directo ante un Linares que fue muy alto a buscarle. Eso le hizo perder el balón más rápido y, por ende, le impidió al bloque ganar altura asentándose en campo rival.
Pese a ello, el Dépor no sufría. Aunque su defensa contemplativa le acabó penalizando. Porque en el 1-2, Saverio aculó demasiado marcando a nadie y permitió demasiado margen a Campabadal, que centró al área desde una situación presumiblemente fácil de defender.

Así lo sería si alguien hubiese seguido a Lolo González, que se incorporó al área libre de marca, en una de las constantes excursiones del central que hicieron daño al Dépor. Nadie asumió la marca del defensor del Linares convertido en atacante y el equipo andaluz encontró superioridad numérica en el área a pesar de la situación replegada del Dépor. Algo a lo que se sumó el imperdonable despiste de Antoñito, que ni siquiera pareció darse cuenta de lo que tenía a su espalda y permitió rematar a Fermín.
El gol fue la curva que hizo entrar al Deportivo, de nuevo, en colapso. El choque volvió entonces a coger ritmo, aunque con el conjunto de Cano sumando más imprecisiones. En una de ellas, un ataque 5 contra 7 que murió en la frontal del área rival, llegó el 2-2. Contraataque ganando. No por haberte metido atrás, sino por volver a apostar por ese ida y vuelta que, en ese momento, salió cruz.

Con el 2-2, el equipo ya se desajustó del todo. Cano trató de reforzar dentro con la entrada de Rubén Díez. Pero el maño estuvo poco trascendente con balón y, sobre todo, muy desacertado de nuevo sin él. El bloque se desajustó cuando quiso ir arriba. E incluso con tres por dentro el Linares le encontró ventajas. En un envío interior demasiado simple, Fermín pudo abrir hacia Abeledo, que encaró solo en el uno para uno y forzó la falta del gol.

El Linares 3-2 Deportivo llegó a balón parado. Pero fue consecuencia del juego y pudo haber nacido de cualquier otra forma. Porque el cuadro de Cano, que había encontrado el acierto en la ruleta rusa, no supo cómo amarrar el botín. Y acabó perdiéndolo todo por jugar sin cabeza, fruto de sus propios fantasmas, en un desastre que agotó la paciencia con el entrenador andaluz.