Si usted, amigo lector, ha llegado a estas líneas pensando que se encontraría un artículo sobre Popovich o San Antonio, sepa que quizá sea mejor no seguir adelante. Y no, tampoco estamos aquí para hablar de testosterona, por mucho que el título así lo indique. En este caso, puestos a charlar de nada, hacerlo del Deportivo es lo más sensato. Y no lo digo yo, lo dicen los bares.
Al que suelo acudir en Ourense para apostar 90 minutos de vida semanales sin cartas altas está poblado de madridistas, también barcelonistas -si se imagina un ‘saloon‘ del Far West, no va desencaminado- y también simpatizantes del Dépor. Y ellos suelen tenerlo claro, al equipo le falta valentía. Diciéndolo suavemente y reproduciendo lo escuchado tras el partido de abril en Mestalla: «Non hai collóns. Teríanos que levar esta noite a Santa Compaña«. Y tras el veredicto, todos volvemos a casa con la convicción de haber impartido la lección correcta y, sobre todo, dudando acerca de quién pagó la cuenta al salir.
El caso es que, en días como aquel, me resulta imposible no pensar en Manu Ginóbili. Si me preguntan con qué instante me quedaría de las Olimpiadas de Río, posiblemente sería con una respuesta suya de poco más de 20 segundos tras perder un partido por el liderato en el Grupo B de baloncesto: «Pasa habitualmente en nuestro país. Pensamos que todo se gana con huevos, y no, se gana jugando bien. Después le tenés que agregar huevos y coraje«. Cambien ‘país’ por un inmenso porcentaje de los estadios de fútbol en España, quizá del mundo.
Ocurre que este discurso minimalista, repetitivo hasta la saciedad en cada tramo final de Liga, ha encontrado acomodo en Riazor durante los últimos años por la mala costumbre del equipo de caminar por el filo de la navaja. Y ocurre también que, en esa deriva, se ha pasado a fomentar un estado de ánimo basado en el resultado, el mejor antídoto para los nervios momentáneos y el peor enemigo cuando vienen mal dadas, porque al Dépor, habituado a trotar despacio, le pesan las piernas cuando un Atila se acerca.
Ante esta perspectiva, y atendiendo a que los intangibles del fútbol suelen determinar que, de tropezar, el Dépor lo hará en el último escalón y que, en caso de un baile, su pareja no será la más agraciada, ¿por qué esperar? En un giro maquiavélico del destino, sólo cabría esperar ver de nuevo a un entrenador apellidado Paciência en el banquillo, pero esa bala ya se gastó hace tiempo y, con ella, la retranca pertinente para hacerlo más llevadero desde la grada.
Cuéntele esto tras una larga noche a un taxista de Granada y se dará cuenta de que, en realidad, no es que al Deportivo o al equipo nazarí se les dé mal el fútbol, sino que quizá pecan de buenos samaritanos en las 38 jornadas creyendo que, de 20, nadie baja. Eso sí, ante las adversidades, el buen hombre lo tenía claro: «Aquí, cuando las cosas se ponen feas, ponemos los huevos sobre la mesa«, me explicó. De cómo crear una filosofía de club y acerca de Quique Pina, sin embargo, no supo decirme nada.