Nuevo artículo de opinión de A. Calviño, en su columna quincenal «Alta Definición». Un análisis distinto de la racha actual del Deportivo en lo que llevamos de temporada.
A Roy Evans, entrenador del Liverpool en los noventa, le gustaban los veranos porque “no se pierden partidos”. Los veranos. Ni eso le queda ya al deportivismo, que se ha cansado de perder durante el estío del catorce. Ni eso le queda ya al fútbol, que comienza a desatar su frenesí en pleno agosto. El futuro era empezar a perder, borracho y confiado, en la tele del chiringuito con la toalla en la playa y la cabeza todavía en el mar. Un verano este que, aun marchitando, sigue dejando bochorno, sol y derrotas. Y gafas de espejo. Un montón de gafas de espejo ha dejado también.
Una, dos y tres, ¡zas!, seguiditas. Derrotas, no gafas de espejo. Ocho días y un proyecto –quizá pretencioso, quizá descuidado, probablemente ambas-, de pronto golpeado por la crudeza de la realidad, zarandeado bruscamente cuando parecía coger impulso, cuando la escaramuza guipuzcoana parecía insuflar un aire ilusionante y necesario para seguir la escalada por un terreno que traía montaña, piedras y rocas, escudos, arcos y cañones, con los rivales de frente con la artillería o acechando tras los matorrales. ¿Previsible? A veces pienso que todo se trata de perder y encajar, poco más. Pudiera haber cierta belleza en ello. Y aunque no la haya, que no la hay, o sí, trata uno de buscarla. Siempre hay que buscarla, por si acaso. “Sei bella come un gol al 90’”, en cualquier pared escondida de Italia.
De todas formas, agota buscar esperanza en vez de disfrutar resultados. «Son extraños estos italianos. Pierden la guerra como si fuera un partido de fútbol y juegan los partidos como si fuera una guerra», decía Churchill sobre los italianos y la Segunda Guerra Mundial. Yo no sé qué sabrán los italianos del resto de cosas, que seguro que saben mucho y mal, como (casi) todos, pero de fútbol y goles al 90’ lo saben todo los cabrones. Saberlo todo de fútbol te garantiza (casi) lo mismo que no saber nada, pero ¡cómo no vas a jugar los partidos como si fuesen una guerra! ¿No se trataba de eso?
Sin embargo este Dépor versión beta, tan tópicamente gallego en la forma que no sabe si sube o si baja, ni a qué juega, ni si juega, parece pasar de guerras, quién sabe si por mandato o por defecto, quién sabe si en pos de una esperada versión definitiva que minimice errores y genere victorias desde el manido discurso de la pelota. Cuánto mierda tiene que soportar la pelota, cuánta proclama repleta de humo, cuánta palabra vacía, ¿eh? Hay que confiar, qué remedio, porque lo que se sabe es que no llega, no está, ni se le espera pronto. Todavía no es tiempo para cabezas, así que pide la gente soluciones o, en su defecto, garra, lucha, algo. Guerra antes que un prometido virtuosismo que ni aparece ni genera. El fútbol para después. El fútbol como una guerra, el fútbol como lo vive la gente.
Claro que a veces pide mucho la gente. Hay un entrenador en Coruña –quizás, y muy probablemente, más de uno- que le hace sesiones de video a su equipo alevín. ¡Sesiones de vídeo! Con sus partidos grabados, su táctica, sus correcciones, sus movimientos y todo esa parafernalia. ¡A unos alevines! Tiene sentados y ordenados delante de una pantalla a unos niños de, no sé, ¿11 años? ¿Cuántos años tiene un alevín? Vaya genio. Pobres niños. No los concentra de milagro, dicen los padres. Parece que al colegio les deja ir, al menos. Da que pensar. Si unos niños aguantan estoicamente las locuras de un tipo como ese, qué no podrán aguantar los profesionales, qué no deberían. Seguramente tenga escaso valor preparatorio, ni siquiera redentor, pero ponerlos al acabar el partido del Almería a dar 78 vueltas a Riazor como penitencia mientras la gente se va para su casa gruñendo sería cojonudo. Por verlos sufrir. Por compartir la desesperación en familia. Unión e compromiso. A falta de resultados o expectativas personales, sudor y sufrimiento. Si no de qué iba a tener éxito el ciclismo.
Sin embargo, llega el lunes con su cabreo del día anterior aun hirviendo, y en el telediario salen unos tipos, aparentemente futbolistas, tranquilos, sonrientes, con la ropa de entrenamiento del Dépor, jugando al fútbol-tenis, mientras en primer plano aparece otra charla más entre Víctor y Bergantiños, que ya parecen una versión futbolísticamente renovada de ‘Paseando a Miss Daisy’, con el rubio en el papel de chófer y confidente, conductor y escudo de un tipo que cayó en la cuenta de que necesita protección y alguien que le lleve de aquí a allá y a ninguna parte. Como decía una tía de mi madre porque sus hijos a veces protestaban por la comida: unha gherra home, estes necesitan unha gherra. En este caso, al menos, que parezca que la luchan. Aunque sigo apostando por lo de las vueltas a Riazor, uniformados y en fila, cantando apesadumbrados por su perdón.
Se acercaron los de Fernández -& Fernández- a ser un ejército en Vigo, ya tumbados en la lona con el orgullo herido y un manojo de nervios, espacios, errores y miedos enfrente. Y aun así, poco después de comprender que el asunto se reducía a la batalla y los golpes, quiso lucharla para encajar éstos desde la trinchera, claro que al final no pudo detener algún tímido fogonazo y fracasó contrarrestando en la desesperada ofensiva final. Se intuía algo, no obstante; cierto genio, ciertas maneras, cierto empuje, como si de repente apareciese la descarnada voz de Tom Waits desgarrando Balaídos vestida de Heartattack & Vine.
Ese algo iluminó la previa ante el Almería. Pero languideció como Waits o mis colegas en el Inox la noche anterior. Se debió perder entre tanta adiestramiento de pase y palabras bonitas, y adoleció el equipo de general en el banco y comandante sobre el terreno, más allá de los clamores contra la mala suerte y el rumbo hacia un mar de preciosas excusas que justifiquen un devenir de tintes catastrofistas. A falta de mando, y castrofeitistas, catorce deslavazados soldaditos, muchos de ellos de fortuna, corriendo –o no- y lesionándose, sobre todo esto último, esperando que algo surgiese, esperando que sin un plan armado brotasen de los goles las ideas que se necesitan para llegar a ellos. Final, cuatro de dieciocho y el equipo que parece estar ya más consumido que Cristopher Walken jugando a la ruleta rusa en la trastornada y viciosa perdición de Saigón.
Final, cuatro de dieciocho, música para silenciar los pitos y Víctor, que entró como el malo de las películas, no le ha dado la vuelta al guión que solo le enfoca para que el espectador lo odie, que solo le enfoca para empatizar con su antagonista, que lo muestra desnortado por el descampado de San Amaro gritando a Riazor I’m not like everybody else como The Kinks. ¿Previsible? Quizás. Aún con todo, estando ya a miércoles, y dada cuenta que van a seguir “los once –o veinte- cabrones de siempre”, sale más rentable confiar en que el domingo resulte otra cosa.
“No me fío de ti, y no sé si podré fiarme nunca”, me dijo una chica un lunes por la tarde, así, como quien abre la nevera o se pone el pijama. No es que me sorprendiese, pero la animé a que hiciese lo contrario. ¿Para qué preocuparse si el resultado será el mismo independientemente de tu preocupación? Otro día les cuento qué pasó luego. De Víctor no sé si se fía. A mí no me parece fiable. Víctor, digo, no la chica. Tampoco me gusta. Tampoco me envía señales que puedan convencerme de lo contrario en un futuro cercano. Y sin embargo, prefiero pensar que remontará esto, que encontrará la senda o, mejor aún, que la senda lo encontrará a él. Que igual el domingo se planta un Dépor desolado en Sevilla y rompe con todo, le descose a Emery las coderas y silencia el Pizjuán. Que igual no, pero igual sí. Tal vez cualquier ajuste torna la dinámica, tal vez cualquier pequeña decisión mejora el conjunto. Como meter queso de San Simón en el horno. Como cambiar la tele de sitio para hacerle hueco a un minibar. Como que se lesione Albelda. Como cuando pusieron a Messi de nueve –y de ocho, diez y once-. Pequeños detalles que marcan la diferencia. Tal vez.
Tal vez haya que seguir recurriendo a Churchill, ya que está nombrado, y matizar el discurso para ir en consonancia con el míster. “El éxito es aprender a ir de fracaso en fracaso sin desesperarse». Sumido el Dépor de unos años a esta parte en una espiral de fracasos y decepciones, igual no puede esperar, igual no puede resistir, pero tendrá que hacerlo. Qué remedio le (nos) queda. Propongo enfadarse, solo lunes y martes, quizás también miércoles, y echarle la culpa al verano. O a Roy Evans. O mejor aún, a Lendoiro. Jueves en adelante que entre el otoño. Las lluvias. La guerra. Y a ver.