A sus 79 años y reconocido popularmente como el único español que ha logrado conquistar el Balón de Oro hasta la fecha, Luis Suárez Miramontes vive ahora el fútbol y su pasión por el Inter de Milán desde otro plano: el de espectador.
Era día de esmóquines, pero la gala ya había comenzado antes del 12 de enero. Así es la elección actual del Balón de Oro, un trofeo que ha encontrado su destino entre Madrid y Barcelona en los últimos seis años, pero cuyo valor decrece paulatinamente a ojos de los más románticos. Algunos de ellos recordaban ayer, como cada año por estas fechas, una realidad tan particular como sorprendente: el único representante a nivel nacional que logró colar su nombre en la lista de vencedores fue un coruñés oriundo del barrio de Monte Alto. Sí, Luis Suárez.
Para un servidor, todavía un imberbe renacuajo de cinco años cuando el Deportivo logró su primer título en la Copa del Rey de 1995, la imagen de Luis Suárez era poco más que una fotografía en blanco y negro, así que entendí necesario preguntarle a mi tío, seguidor sufrido como pocos que ante mi interés y dado que Suárez ya contaba con 29 años durante su infancia, fue conciso en su definición: «Era un diez, un tipo hábil y fino que se parecía a Michael Laudrup«.
La comparación, breve y razonablemente subjetiva, sí fue didáctica. Y es que en esa pequeña península armoricana que es Monte Alto, el parque de Marte fue la particular aldea gala de Suárez, un espacio a apenas 50 metros del portal número 20 donde se crió el legendario futbolista gallego y que, a día de hoy, muestra al público una pequeña placa con una máxima sencilla, pero reveladora: «Nesta casa naceu o 2 de maio de 1935 Luis Suárez, o arquitecto do fútbol». Porque el talentoso mediapunta coruñés, que apenas duró una temporada en la primera plantilla del Deportivo, era precisamente eso: imaginación y pillería en una época donde mirar hacia atrás en el fútbol era casi una condena.
Suárez, que tras su marcha del conjunto herculino encadenó siete cursos consecutivos en el Barcelona y protagonizó el traspaso más caro de la época al unirse posteriormente al Inter de Milán de Helenio Herrera, volvió tiempo después a A Coruña, pero como entrenador. Lo hizo en la temporada 78/79, con el Deportivo inmerso en la pelea por eludir el descenso a Segunda B, con Francisco Buyo realizando el servicio militar en Jaca y viajando esporádicamente a Galicia para jugar con los blanquiazules y una particularidad: la facilidad del equipo para ganar o perder únicamente por un gol de diferencia. Sin embargo, el Deportivo se salvó y, con él, debutó todo un José Luis Vara.
Alejado de un tiempo a esta parte del primer plano del panorama futbolístico, Luis Suárez se deja ver en contadas ocasiones en los lugares donde dejó huella. Riazor fue uno de esos lugares. En enero de 2011, y en los prolegómenos del encuentro entre el Deportivo y el Barcelona, ‘Luisito’ recibió una placa conmemorativa del entonces presidente Augusto César Lendoiro que acompañó al posterior saque de honor, uno de los pocos reconocimientos brindados en España a un referente del fútbol pretérito que, a menudo, eligió la mesura y el silencio que hoy apartan con grosería los nuevos ganadores del Balón de Oro.
Pendiente de la transición institucional y futbolística que atraviesa actualmente su querido Inter de Milán, Suárez se mantiene a caballo entre su vida en Milán y alguna aparición puntual en los medios informativos, donde dejó patente en diversas ocasiones sus desacuerdos con Massimo Moratti en los últimos años del exdirigente neroazzurro -especialmente tras la destitución de Andrea Stramaccioni– y su indecisión respecto a la llegada del magnate indonesio Erick Thohir. Y es que en la era del fútbol-empresa, Luis Suárez sigue siendo aquel Balón de Oro que dio sus primeros toques con una pelota de trapo.