Se llaman Agustín y Diego. Quiero empezar por nombrarles porque, en esta historia que dura ya cinco años –cumplidos concretamente ayer-, soy un elemento circunstancial de tiempo y lugar: estaba en aquella reunión de aquel día en el que, con el segundo ya en Alemania, el primero dijo que tenía que marchar a Coruña, que pasaría poco tiempo en Madrid y que hacían falta manos en la capital para que la peña siguiera existiendo como tal. De eso hace casi cuatro años.
A ellos les debo que hoy sea conocida como ‘Anita la de Chamberí’ por encima de las múltiples facetas en las que ocupo mi vida. Pero también tengo que dejar claro que ser su cara visible es un regalo que me cayó del cielo. Quizá por mi predisposición a sacar las cosas adelante. Con mayor o menor acierto, pero siempre con pasión y con la mejor de las intenciones. Sin dobleces. Cogiendo el teléfono a cualquier hora o contestando mensajes en los ratos libres, pero siempre dándoles prioridad por mero compromiso. Porque para mí, esto es una familia y, ser deportivista en Madrid, un orgullo del que presumo lo mismo en el trabajo que en el Santiago Bernabéu o delante de mis compañeras de la Universidad.
Digo que es una familia, porque lo es con todas las de la ley. Con sus broncas. Sus roces. También sus reconciliaciones. Tienen una madre –sí, el día que llegue la hora de afrontar la maternidad, como me dicen muchas veces ellos mismos, no voy a ser primeriza, estoy capacitada para tener cuatrillizos- que regaña, pero a la que se le ablanda el corazón con cada palabra de cariño. Y conquistar un corazón castellano, no es una tarea fácil. También tenemos nuestros ‘cuñados’. Por supuesto no faltan abuelos que cuenten sus batallitas. Hay hijos entregados que se prestan a lo que sea. Otros que han nacido para ser, simplemente, el alma de la fiesta. Están los tíos lejanos que visitan de vez en cuando, pero que se preocupan porque la relación funcione aun desde la distancia. Tenemos muchos amigos: en todas las provincias gallegas, en Barcelona, Granada, Londres…
Resumiendo, hay de todo, como en cualquier núcleo familiar. Un núcleo grande que hoy tiene 59 miembros.
A lo largo de estos años me han hecho experimentar los mejores momentos de mi vida, como, a golpe de botes de humo azul y blanco, convertirme en ‘la novia del Dépor’. Han protagonizado reportajes en varias cadenas de televisión y emisoras de radio. También han sabido ser noticia en webs y diarios. Pero, sobre todo, han demostrado fidelidad al Deportivo apuntándose, una y otra vez, a desplazamientos en los que, independientemente del resultado, hemos conseguido, unidos, levantar la cabeza y mirar adelante. Con palizas de kilómetros en el mismo día, casi al grito de: “¡No hay huevos!”
Echando la vista atrás puedo decir que, en estos cinco años, me han enseñado lo que es sentirse ese delantero para el que juega todo un equipo. Una no quiere contar sus miserias, pero el crecimiento personal y la estabilidad emocional que me da saber que se cuenta conmigo para empujarla dentro, no lo había sentido jamás en ningún otro sitio. Tampoco la responsabilidad.
En ocasiones esta locura me ha costado dinero. Hace unas horas mi jefa me ha ofrecido trabajar los fines de semana a cambio de un plus en mi nómina. La respuesta me ha salido del alma: “En estos momentos no hay dinero que pague la felicidad que me da seguir al Deportivo los sábados y domingos. Lo necesito para rendir de lunes a viernes”. Y eso, también se lo debo a Chamberí. A Agustín y a Diego.
No quiero terminar sin agradecer la labor de la actual directiva de la Federación de Peñas y, en especial, a su presidenta, Tania. A ella le pasa como a mí, que es la cara de todo un equipo de trabajo, pero es inevitable, en un momento como este, acudir a los sentimientos y a las charlas, a las ayudas para afrontar las luchas del día a día, a la confianza ciega y a todo lo que aprendo de una líder como ella. La visibilidad que dan a las organizaciones que trabajamos a cientos de kilómetros de Riazor, salvando las dificultades de la propia distancia, tampoco hay dinero que lo pague. Gracias a ello, peñas como esta, seguimos sumando años y socios. Haciendo ‘peñismo’.
Pero sobre todo, agradecer, al que para mí es el socio más importante de todos: mi marido. Sin importarle nada el fútbol ha comprendido que esto es mi vida. Siendo capaz de amoldarse a mis horarios, a mis ajetreos con la maleta y a las ausencias desde mitad de agosto hasta mediados de mayo.
Y todo ello a pesar de seguir siendo el elemento circunstancial. Porque, por encima de los cargos o de las tareas, lo importante sigue siendo aquello que hablamos en aquella reunión: que Chamberí siga existiendo y cumpliendo temporadas.